Capitulum XLII

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Me consumí de la paz exterior que abrazaba a la hermosa mañana del domingo. El sol estaba saliendo en el horizonte y el canto de los pájaros se oía en su máximo resplandor. Sonreí entre labios y cerré los ojos, dejándome llevar por aquella hermosa melodía matutina. Y como me gustaría que todas mis mañanas fueran así de cálidas, conmigo mismo sentado sobre el contorno de la ventana mientras sostenía un cuaderno y un lápiz, a punto de terminar el dibujo que yacía sobre la hoja.

Había sido tanta la emoción cuando me desperté, que estuve alrededor de una hora aproximadamente mirando al joven Jimin durmiendo a mi lado. Su cálido rostro reflejaba tranquilidad absoluta y sus ojos cerrados se encontraban tan relajados, incluso su cabello despeinado lucía tan hermoso. Era la primera vez que me quedaba embobado mirándolo tranquilo, sin que hubiera interrupciones de por medio. Y mi corazón latía tan fuerte dentro de mi pecho cuando la yema de mi dedo índice derecho delineó su perfecta nariz, que temblé debajo de las sábanas. Había parecido como un niño que apenas conocía al mundo por primera vez, o algo así como descubriendo el rostro angelical de una persona dormir y consumiéndome de esos pequeños suspiros inconscientes.

Yo realmente tenía que dibujar a Jimin.

Por lo que inmediatamente me puse de pie y corrí hasta mi cuaderno, buscando un lápiz y sentándome sobre el marco superior de la ventana y agradecía que todos mis útiles estuvieran cerca, ya que nos encontrábamos dentro del cuarto de pinturas.

Jimin reposaba boca abajo, esplendido, sobre el futón en el suelo como si realmente fuera una delicada pluma que flotaba por el aire,  y las sábanas parecían cadenas entrelazando su cintura, dejándome ver toda su la mitad de su espalda descubierta y sus muslos, su trasero brillante me saludaba como una tarde caliente de julio. Sonreí, sonrojándome y mirando el dibujo que había hecho de él, estaba exactamente igual y nuestras prendas regadas a su alrededor, le dio el toque final. Tenía pensado pasarlo a óleo en un bastidor gigante, Jimin me agradecería por pintarlo con sus glúteos al aire.

—¿Qué hace? — dormilón, el joven apoyó ambos de sus codos contra el colchón y levantó su cabeza, mirándome de lado y con un ojo apenas abierto.

—Dibujándolo — murmuré en una sonrisa acogedora y luego, le guiñé un ojo —. No muchas veces uno se levanta con tremendo manjar a su lado. Lo lamento, pero debía aprovechar la oportunidad de mirar sus nalgas al sol de la mañana y dibujarlas.

Tras oír aquello, Jimin se puso rojo como un tomate y ladeó su cabeza, mirando su parte de baja. Desaté una carcajada y me acerqué a él cuando de sopetón, acomodó las sábanas y ocultó su cuerpo hasta el cuello.

—Tendrá muchas posibilidades de hacerlo en el futuro — me dijo, todavía amanecido.

—Creo que adoro su trasero — titubeé en un pequeño murmuro, dejando el cuaderno y el lápiz sobre el escritorio.

Jimin rio y el sonido de su risa sacudió mi cuerpo por completo. Despertándome. Me giré a mirarlo y él, extendió sus brazos hacía a mí.

—Venga aquí, Jungkook — sonriente, me acerqué a él y caí de espalda a su lado cuando me agarró de la cintura y se subió a mi regazo —. Yo lo adoro a usted — susurró, antes de besarme.

Me reí en el beso y lo empujé un poco, mirándolo atentamente. Jimin bajó sus manos por mi cuerpo desnudo y acarició mi vientre plano, cierto brillo de descaro apareció en sus ojos.

—Lo amo — le dije, dejándole un pico rápido sobre su boca entreabierta y me tiré rumboso sobre el colchón, desplomando mis brazos extendidos por encima de mi cabeza. Atrevido lo miré después, sacando mi lengua y pasándola por mis labios.

Signum • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora