Capitulum XXXVIII

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Sentía que los últimos minutos de mi vida en Seúl estaban comenzando a correr desde la tarde en la que encontré las cartas de Jimin, y desde que mi corazón comenzó a latirle de nuevo. Luego del beso que nos habíamos dado la tarde anterior, llegué a la conclusión de que era la primera en toda mi podrida vida, que alguien me besaba de aquella manera tan especial. Sin deseos, sin esa necesidad de mantenerme bajo suyo y mostrar su hombría demandante, sin lujuria de por medio y mucho menos, sin desesperación. Había sido como viajar al espacio y caminar en el planeta rojo por primera vez.

Los labios de Jimin habían bailado sobre los míos como quien no bailaba un paso doble en las calles de Buenos Aires, deslizándose entre mi boca y probando una artimaña para tocar más fondo de mi universo infinito  indescifrable. Lanzado con ello, miles de cohetes a mi corazón pulsante, descomponiéndolo y a la misma vez, arreglándolo. No entendía porque ese beso me había dejado pensando sobre mi existencia misma. Yo no era quien para haber poseído tremenda majestad en mi boca y mucho menos, para haber probado ese riquísimo tacto celestial. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? A penas había podido conciliar el sueño anoche, pensando en esa boca encantadora y en la cercanía de su cuerpo al mío.

Era eminente para mí, que Jimin me haya besado con tanto cariño y...no, él me había dejado en claro que ya no estaba enamorado de mí y que incluso, estaba viéndose con otra persona. ¿Entonces por qué me besó con tanto amor, como si realmente hubiese entregado su alma a mis labios? Un beso así, se le daba a un alma gemela, no a un tipo que fue ignorante de sus sentimientos por más de tres años.

No, así no.

Y por esa razón, no entendía que había pasado el día de ayer. Me tenía hecha pedazo la cabeza, con las pocas neuronas que tenía y pidiéndole al sol, que ese beso volviera a repetirse una vez más.

Distrayéndome de todo lo que pasaba a mi alrededor, me deleité en escuchar la radio hasta que la cena estuviera lista. Me sentía feliz de saber que me esmeré cocinando una comida que tanto trabajo y dinero me costó gastar. Así que mientras esperaba que el delicio pollo relleno de verduras se cocinara en el horno, escuché los chismes que los oyentes le contaban al locutor del programa en la radio.

Y no sabía decir, cuanto tiempo había estado sentado en el suelo en frente de la grabadora, soltando carcajadas y escuchando hasta el mínimo detalles de los chismes que las esposas contaban de sus infieles maridos. Sólo supe que me dejé llevar por mi inconciencia una vez más, y me perdí en la luz de la luna entrando a través de la ventana. Pero cuando en la sala una capa de humo se expandió y el aroma a quemado se olfateó en todo su resplandor, entendí que verdaderamente había pasado demasiado tiempo sentado absorto de todo.

De un sopetón, me puse de pie y corrí hasta la cocina, apagando el horno y sacando el pollo de allí dentro.

¡Que idiota había sido!

Quería llorar, verdaderamente quería largarme a llorar justo en este momento por toda la bronca y resentimiento que tenía con la vida, mientras mi estómago vacío hacía ruidos por todo el edificio. Mi comida se había echado a perder. No. No tan solo mi comida se había echado a perder. Mi día entero se había echado a perder. El pollo yacía quemado hasta los huesos, el relleno no tenía pintas de ser comida digna siquiera, todo estaba apunto de convertirse en cenizas y podía estar seguro que, si lo hubiese dejado dos minutos más allí, estaría en polvo gris por todas partes. Y que decía sobre el humo que salía del horno, que hizo activar la alarma de incendio haciendo que la lluvia artificial comenzara a caer sobre el comedor, mojando todo a su paso. Mordiendo mi labio inferior, corrí hasta la sala para apagarla y cuando todo pareció tranquilizarse minutos siguientes, solté un suspiro cansado y cerrando mis ojos.

Signum • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora