Capitulum XXXIII

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Los días siguieron pasando y entonces, llegó el jueves.

Las agujas del reloj se movían y movían, haciendo ese sonido inquietante una y otra vez. En mi mente, las melodías de una canción comenzaron a sonar. La lluvia caía velozmente, gotas tras gotas, mojando y derramando su virtud contra el vidrio de las persianas. Las ramas secas de los árboles se golpeaban entre ellas y el viento se apoderaba de la atmosfera terrestre.

Si tuviera que describir el sentimiento del vacío, entonces se lo demostraría ahora: dolía y me dejaba seco, como si verdaderamente hubiera arrancado mi corazón con mis propias manos y lo tuviese en la palma de mi diestra, la sangre caía y fluía por mi muñeca.

Las luces de los violáceos rayos se sumergieron dentro de la habitación a través de la ventana abierta y consigo la adrenalina del viento tiró todos los papeles y objetos débiles de mi escritorio. Incluso el cuadro de ella cayó al suelo. Las cortinas danzaban en el aire apreciando el baile que el clima les estaba brindando.

De repente sentí mi cuerpo temblar mientras el carbón en mi mano se deslizaba por la hoja vacía en frente mío. Y el agua me empapó junto a todo lo que había a mi alrededor.

Sentía como si una fuerza estuviera golpeándome de repente, pero no supe descifrarla con exactitud.

Segundos más tardes mientras me dejaba hacer por la tormenta que entraba a mi recamara, pude tener noción de más o menos de que era lo que se trataba aquella fuerza: tristeza y desesperación.

Todo el esfuerzo que había hecho durante los tres últimos años para ser feliz y todas las expectativas que tuve para mi futuro, se esfumaron cuando mi corazón comenzó a latirle.

De nuevo.

Boom.

Boom.

Boom.

Mis ojos se nublaron entre las líneas negras del carbón en la hoja húmeda y el agua siguió golpeando mi rostro con intensidad. Hice un puchero y mordí mi labio inferior evitando gritar y expulsar ese remolino dentro de mi estómago.

¿Por qué había vuelto a perder esta batalla?

Creía tener una respuesta para eso; en mi destino, la palabra felicidad no estaba escrita en sus hojas. Porque por más que intentara serlo y buscara la manera de seguir hacia adelante, no lo sería. Ni hoy, ni mañana.

Desde que encontraron a Chaerlin sin vida y desde que Jimin se marchó del hospital aquel día con sus ojos llenos de lágrimas y sus labios hinchados, todo en mi se había derrumbado. Y me sentía ridículo, exasperante, iluso e idiota. Había perdido toda la fe en la felicidad porque para mí...

Ni mi vida tenía sentido.

Las armonías del agua golpeando en mi cara era lo único que necesitaba en este momento. Me recordaba al sonido de la soledad. Mi habitación ahora estaba hecha un desastre por la tormenta, pero no me importó en lo absoluto. Preferí recordar los viejos tiempos y compararlos con el presente, cerrando mis ojos mientras trazaba en la hoja con cuidado de no estropearla más de lo que ya estaba por la lluvia.

Líneas me llevabaron a un retrato sin fin. Cabello castaño y ojos llenos de sueños, en ellos, su brillo iluminaba a todo su entorno. Ahora podía recordarlo muchísimo mejor. La punta de su nariz roja y sus labios encorvándose en una gigantesca sonrisa. Sus ojos sonriéndome y ocultándose en dos largas líneas, sus cejas levántandose y con ello, su mano izquierda iluminándose por los rayos del sol que entraban a través de la tienda de acampar. Recordé haberme quedado paralizado observándolo. Nunca en mi vida había visto una persona tan hermosa cuyas características faciales fueran cinceladas por el mismísimo Dios de todos los universos existentes. La mera existencia de Jimin parecía una mentira, una broma. ¿Por qué tenía que ser tan lindo? ¿Por qué su rostro angelical lucía tan poderoso? Incluso su aura potente me detenía cuando yo solía acercarme. Él estaba muchísimas galaxias más avanzadas que yo.

Signum • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora