Capitulum XX

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No iba a mentir que lo extrañaba porque realmente lo hacía, y mucho.

Los recuerdos de aquella noche, ya lejana, se hacían presente en mi cabeza como fluidos de agua cayendo en una gran laguna desierta. Me volví a sentir perdido y desorientado por un corazón del cual yo no era correspondido. Me había prometido a mi mismo que pondría todo de mi para olvidar ese sentimiento, pero conforme pasaban los días, más atado a ellos me sentía. Era inevitable no pensar en la sonrisa del castaño y en su boca húmeda besando la mía, imposible era no recordar cuando acarició la piel desnuda de mi cintura y en como sus ojos se perdían en una línea cuando sonreía. Sinceramente yo no sabía cuanto tiempo más tendría que concurrir para que el dolor en mi pecho y el agitar de mi corazón, se detuvieran. La situación comenzaba abatirme, a sentirme fatigado, extenuante y baldado.

Lo más gracioso era que desde lo ocurrido aquella noche, Jimin y yo no nos volvimos a ver. Nuestras responsabilidades coincidieron bastante y eso nos hizo presionarnos en la concentración de nuestros trabajos. El cómo profesor de física en la preparatoria de Busan y yo con mis exámenes finales de la universidad. Sólo nos hablamos dos veces en un mes y medio que transcurrió. Ni yo mismo lo creía, cuando antes solíamos hablar a diario. Al principio pensé que él estaba evitándome debido a mis dos asaltos a su persona y a mi casete en modo de respuesta, quizás era eso también, quien sabía, pero cuando me explicó que se estaba tomando su trabajo en serio y que no tenía mucho tiempo para charlar, entendí su punto. Sí, yo también podía estar ocupado con mis parciales, pero hacía dos semanas había terminado el primer cuatrimestre y dentro de una semana saldría de vacaciones de verano, por lo que solo asistía al establecimiento para presenciar las charlar teóricas, que eran agotadoras; y eso solo lo hacía en la mañana ya que a la tarde estaba libre. Y por el amor de todos los ángeles en el cielo, ¡cómo me aburría!

Me aburría en el sentido de que ya no tenía nada más por hacer. Podría incluso estar pintando, pero me quedaban pocos bastidores y no quería ensuciarlos con pinturas que después terminarían en el tacho de basura. Estaba hostigado de hacer bocetos en mi libreta, de escuchar las mismas canciones, de ver el atardecer mientras tomaba una taza de café con una rebanada de pastel, de oír en la televisión noticias discriminando mi colectivo sexual y del VIH, de hacer ejercicios y, sobre todo, de extrañar a Jimin. Podía estar horas y horas acostado en mi cama pensando en el sonido de su voz y en el movimiento de sus labios en mi boca, escuchando sus gemidos en mi mente y en el bailar de su sonrisa. Golpeaba mi cara varias veces, ¡quería que esos recuerdos se esfumaran! Pero venían y aparecían en cualquier momento cuando se les apetecía.

Había pensado mucho la idea de colgar un pequeño cartel fuera del edificio diciendo que yo pintaba cuadros de todo tipo y a un buen precio. Quería comenzar a trabajar en lo que me gustaba hacer, así como mi tío había comenzado a realizarlo. Anhelaba juntar dinero para tener todo preparado en el futuro y mudarme, regresarle a mi pariente todo lo que gastó en mi durante estos años. Pero cuando le comenté a este último nombrado sobre la idea, la rechazó y me dijo "definitivamente no puedes hacerlo" recordé haberme enfadado, ¡varios estudiantes de mi universidad lo hacían! Algunos en las calles o parques, otros a domicilio, ¡incluso el había comenzado así! Pero me dijo que el dinero no me hacía falta y que, si comenzaba a trabajar, me gustarían los billetes y olvidaría la universidad por completo. Por supuesto que yo no haría eso, realmente no lo entendía. Pero todo cambió cuando un día, alguien tocó la puerta de nuestro departamento.

Nos sorprendió saber que el nieto mayor del intendente de la ciudad me buscaba para que le pintara un cuadro. Cuando oyó de su abuelo sobre lo talentoso que yo era y tras haber visto algunas de mis pinturas en la facultad, no evitó acudir a mí casa para que lo retratara. Se me hizo un poco rara, mí tío era el pintor con titulo aquí, pero el muchacho estaba encaprichado en que yo lo pintara. Claramente, no tenía problema en hacerlo; solo que la situación se me hacía un poco raro. Y mi pariente—todo para quedar bien y olvidando sus palabras de que yo no debía trabajar—, aceptó y me dio el permiso gustoso.

Signum • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora