XI • Juventud

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Había que reconocer que aquella mancha violeta combinaba a la perfección con los colores que bañaban su cabello.

-¿No es genial? - Así cuestionó Piercing, viendo con pura admiración a la que era su jefa, la dueña de dicha mancha violeta.

Una horrible mancha que envolvía su ojo izquierdo y la de que ella misma se sentía sumamente orgullosa.

Léon ni quería saber en que clase de asuntos negros había estado ella inmiscuida para ganarse aquella marca de guerra. Aunque cuestionarlo no era realmente necesario. Tanto Piercing como Bestia estaban preparados para argumentar lo acontecido con todo lujo de detalles.

-¡Michu, tenías que haberlo visto! ¡Ese inconsciente se lanzó contra la jefa y le clavó el puño en todo el ojo!

Piercing imitó la acción y marcó con violencia su puño contra una de las paredes del aula. Era la hora de la merienda y eran pocos los que permanecían en clase para comer, pero fueron unos cuantos los testigos y dichos ojos se fijaron exclusivamente en la pared esperando hallar algún tipo de daño, pero no había ocurrido nada. Fue Piercing el que resultó dañado y sobándose sus nudillos enrojecidos y desgastados.

-¡Un puñetazo que le costó un mes entero hospedado en un hospital! -Se carcajeó Bestia a placer, junto al desquiciado de su seguidor. 

Y Léon estaba allí, en medio de dos seres que aparentemente carecían de cerebro.  Según su pensar Piercing estaba allí muy mal aprovechado. El sujeto había iniciado hace poco su interés por los estudios, pero los dos días habían sido suficientes para descubrir que él era inteligente.  Eran escasas las veces en las que tenía que explicarle dos veces el mismo tema.

-El tipo hizo mal en levantarse del suelo, las cosas como son - Continuó hablando Piercing revisando el estado lastimero de su mano, a la cual dio un aprobado con un asentimiento.

-Bueno, al menos podrá colgarse una medalla. Vamos no es todos los días que alguien me golpea.

¿Cómo podía fardar teniendo la cara hecha un desastre? Léon no era capaz de comprenderlos, y a decir verdad no quería seguir atendiendo aquella conversación.  Era el segundo día consecutivo en el que Bestia se presentaba en su clase sin previo aviso y lo acorrolaba contra su pupitre.

Había comprendido que debía mantener el contacto físico al margen, así que había optado por buscarse asiento propio, una silla que había tomado del pupitre de alguien más, sin embargo... Seguía estando demasiado cerca y sus piernas seguían estando al aire. Al parecer el asunto de taparse más había sido plan de un solo día.

-Una patada en la entrepierna, un puñetazo en el costado, una rastrera, un puñetazo en la cara, un rodillazo en su estómago...

Piercing se perdió en detalles y en posturas, mientras que Léon se dedicaba únicamente a comerse su merienda, tratando de mantenerse al margen de la conversación, ignorando tanto cuanto podía sus personas, pero era cada dos minutos que Bestia le toquetaba el hombro, obligándolo a centrarse.

-Léon, así que aquí estabas.

Adrien apareció por la puerta ya vestido con su chándal y balón bajo el brazo, listo para iniciar las prácticas.

-Piojo, ¿puedes largarte? ¿No ves que estamos hablando?

-Buenos días, Ariel.

Adrien era uno de los pocos capaces de actuar con naturalidad frente a Ariel, una chica que miraba mal a todo aquel que no le interesaba o le incordiaba.

-Lo siento, pero el director...

-Adrien, no es necesario mentir.

Léon abandonó el asiento, sembrando una pasajera sorpresa en el rostro de Bestia, la cual pronto imitó su acción.

Coleccionista de desastres [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora