XXVI • Su sentir

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-Buenas noches.

Paralizado en medio de la entrada, con la tira de su mochila resbalándole por el brazo hasta que brotó en el suelo, así permaneció Léon al toparse con el careto de Ariel asomándose por encima del respaldo del sofá de su actual morada. Una sonrisa colgaba de aquellos descuartizados labios, víctimas de la deshidratación.

-Tendrías que verte la cara en este instante - Habló la chica, quebrando el silencio que se había instalado en el lugar - Eres todo un poema - Se carcajeó a placer, torciendo después el gesto detonado dolor.

-¿Cómo has entrado aquí?

Vaciló en ir a verificar sí había forzado la cerradura del inmueble, la que desde un principio le había parecido sumamente insegura.

-Tu hermana, que tiene un corazón de oro - Habló la muchacha, apoyando sus brazos en el respaldo del mueble e hizo lo mismo com su cabeza entre estos - En un principio iba a quedarme en casa, pero no le pareció correcto que me quedara sola.

Léon conocía el enorme corazón que su hermana poseía, así que su relato todo sentido.  Así que por ende por dijo nada, únicamente asintió, aceptando la actual situación. 

-Vaya, creí que pondrías pegas - Comentó la muchacha al verle recoger su mochila, dejándola sobre una silla de la mesa y yendo hasta la cocina.

En ese instante apreció su ancha espalda oculta tras una prenda negra que se tejía perfectamente a su complexión.

-Mi hermana así lo ha querido, no tengo razones para quejarme. Además - Volteó a ella, sosteniendo la cafetera con una mano - No sería correcto. ¿Desea café?

No había cualquier atisbo de confianza en aquel rostro.  Era perfectamente serio, pero en su voz podía apreciar una inmensa amabilidad.

Ariel meneó la cabeza, para continuación caer rendida cuando éste le dio la espalda de nuevo.  Su corazón era un terremoto en su pecho. Y un sencillo escozor se acomulaba en sus mejillas.

-Puedo ofrecerle una tostada o cualquier cosa que tenga dispor - Dijo Léon, con la intención de voltearse de nuevo a ella.

En ese entonces su cuerpo quedó a medias, travado por una pared que había surgido de la nada. Un apretado abrazo que le envolvía por el vientre. A través del fino tejido de algodón sintió la calidez del respirar ajeno.

-¿Qué hace?

Dicho interrogante provino de otra boca, anticipándose a Léon.

Tras las encimeras estaba Emma, viendo con seriedad a aquella muchacha.

-No debería estar en pie - Se acercó a la muchacha con la intención de arrancarla de Léon.

-Me siento mejor gracias a mi querida amiga Aimeé - Comunicó sonriente, con la mejilla apretada contra la espalda de Léon - No se preocupe por mí. 

Falsas le parecieron sus palabras de gratitud hacia la mujer, la cual se tragó sus sentimientos y tras un asentimiento se marchó. 

Léon se deshizo de aquel abrazo y se dirigió a la tostadora y puso dos rebanadas de pan de molde.

-Hey, Léon - Los ojos verdes de Ariel se asomaron por un costado del joven. Su sonrisa poseía aquella picardía, pero había existía algo más que residía en dicha mirada - ¿Quisieras ser mi amigo?

-¿Cómo? - Aún teniendo presente el perseverar sus emociones, no pudo evitar detonar cierta sorpresa.

De todo lo que la joven pudiera pedirle, jamás pidió algo tan sano como un sencillo pedido de amistad. Nada compaginaba con sus antecedentes.  Aquella noche se veía cambiada, como si algo o alguien la hubiera influenciado. 

Coleccionista de desastres [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora