LII • No quiero estar sola

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Tomó la botella de cristal de 30cl y la empujó contra su boca. El agrio sabor de la cerveza se coló a su esófago, ahogó su atormentada alma. ¿Cuántas eran las cervezas que había tragado ya? ¿Acaso el efecto del alcohol ya no debería de haber contribuido en la labor de olvidarle? Deseaba que Léon abandonara sus pensamientos, desterrara su corazón.  Quería olvidar toda imagen que le ligaba a él, sus últimas palabras.

Conforme seguía tragando alcohol, eran más frecuentes las imágenes de Léon acompañado de alguien más, una mujer cuyo rostro no reconocía, pero que lucía una grande sonrisa. 

—¡Maldita sea! —Masculló entre dientes, clavando sus pupilas en el licor que se mecía en el interior del vidrio.

En verdad había llegado a pensar que era capaz de alcanzar su corazón.  Que tras una ardua batalla Léon finalmente la reconocería como su amor. Lo había imaginado pidiéndole matrimonio, el día de su boda, los miles de besos que habrían de compartir... Sin embargo, era otra la que disfrutaría de su amorosa compañía. 

—Hola, guapa.

Ariel torció los labios ante el acercamiento de un hombre, que aún estando ebria, reconocía como un personaje de lo más feo y descuidado, además de viejo.

—No recuerdo haberle saludado, viejo —Echó su cabeza para tras, terminando una cerveza más. 

—Imaginé que desearías compañía —El viejo se hizo con un asiento junto a ella.

Ariel hizo mala cara cuando sintió su mano recorriendo su espalda.

—Pues... —Formó una coqueta sonrisa en sus labios y clavó sus hermosos ojos en el individuo, el que lució satisfecho ante dicha expresión — Viejo —Entonces le agarró de la mano y le torció el brazo —¡No me toques, asqueroso!

—¡Suéltame, put*!

Ariel forzó más el brazo ajeno, hasta que se escuchó un espeluznante crujido, seguido de un grito de agudo dolor.

Una gratificante sonrisa nació en los labios femeninos. Soltó el miembro roto del hombre, el que gemía y maldecía, tirado en el suelo.

—¡¿Oye, que rayos haces?!

En cuanto sus ojos verdes se alzaron, el rostro del hombre cambió de parecer.

—Oh, Ariel, ¿acaso este idiota te estaba molestando? —Pasó de ser un agresivo depredador a una humilde oveja. 

—Sí, pero ya me encargué de él —Sacudió el cabello de su hombro de un manotazo y entonces descubrió su escote cubierto, otro rasgo que le recordó a él, a Léon.

Ya no necesitaba cambiar, ser una chica de bien. Total, Léon nunca iba a tenerla en cuenta, y eso lo tuvo que tener presente desde un principio.  Tanto cambio había sido en vano.

—Oye, Jean, ¿no tendrás una tijera? —Cuestionó al hombre de detrás de la barra, un chico de lo más apuesto, muy rubio, el que había sido una vez objetivo de Ariel, pero que perdió la gracia cuando descubrió que tenía una hija muy pequeña. 

—Ariel, ¿qué vas a hacer? —La miró con sus ojos castaños repletos de desconfianza, mientras lavaba la vajilla.

—Nada de malo —Se encorvó sobre el balcón, apoyando sus pechos en éste y se asomó, en busca de algo.

—Espera —Jean cerró el grifo, sacudió sus manos humedas y fue hasta un cajón, del que sacó una tijera y se la entregó a la chica.

Fuera discreción, adiós a ser una señorita, eso se dijo Ariel en pensamientos cuando cortó su camisa, formando un escote de lo más provocativo, un punto de atracción para los hombres, y a continuación corto sus jeans, dejándolos muy cortos, liberando sus piernas de las ataduras.

Coleccionista de desastres [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora