XIV • Quiero ser normal

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—Lukyan, déjame sola —le pidió Alice, sin necesidad de mirar para atrás para saber quién la había seguido hasta allí.

—Pero, estás triste, y no quiero dejarte sola —explicó el joven, sintiendo los descompasandos latidos en el pecho.

No quería que Alice lo rechazara, porque eso le lastimaba.

—Por favor, Lukyan.

No quiso insistir, por lo que se alejó de ella, pero no se marchó. Por lo menos quería observarla desde la distancia, porque sentía la necesidad de asegurarse de que estaba bien; físicamente hablando.

Pasados unos minutos, el llanto de Alice fue evidente para sus oídos. Lloraba, abrazándose a sí misma, mientras en murmullos se insultaba. Estuvo así durante un largo rato, y cuando se alzó y se topó con Lukyan de pie a varios metros de distancia, no pudo evitar sonreír, aliviada por saberse querida por alguien.

—Lo siento, Lukyan —se disculpó en cuanto se detuvo frente a él.

—No te disculpes, Alice. No es tu culpa.

Pese a lo incómodo que le resultaba el contacto físico, Lukyan la envolvió con los brazos, porque el corazón le pedía que la reconfortara.

—Gracias... —Alice apoyó la mejilla derecha en uno de sus hombros y cerró los ojos.

Cuando regresaron al interior de la mansión, Alexander y Margaret ya se habían ido, lo que era sin duda una muy buena noticia. No podría soportar verlos después de semejante bochorno.

—Alice, Lukyan, vengan —Melanie se mostró muy simpática con ellos, especialmente con Alice, y los guió hasta una mesa redonda que estaba repleta de distintos dulces, todos caseros.

—¿Acaso quieres que me ponga gorda? —Alice la miró con las cejas arqueadas —No todos hacemos ejercicio a diario como tú.

—¡Pero si estás estupenda! —exclamó Melanie.

—No tanto como tú. Tú estás perfecta.

Melanie en verdad tenía una silueta digna de envidia, claro que, dicha figura llevaba muchas horas de trabajo y mucho esfuerzo.

—¡No seas quejica! —Matias le dio un golpe sonoro en la espalda y se metió dos galletas con pepitas de chocolate en la boca —¡Vamos a endulzar un poco nuestra vida de mierda!

—¿Sabes? ¡tienes razón!

Alice no se privó de comenzar a tragar como si de aquello dependiera su vida, y aunque ellos no eran los únicos que comían, fueron los que arrasaron con la mayor parte de los dulces. 

—¡Me muero!

Alice se dejó caer en un sillón, sintiendo que había engordado unos veinte kilos por lo menos. Matías se sentó junto a ella, sintiéndose del mismo modo. Bromearon sobre sus abultados vientres y luego hablaron de cosas triviales.

Lukyan se había quedado en un rincón, observando a Alice y a Matías. Ambos parecían llevarse muy bien, y eso le causaba dolor. Podía sonar egoísta, pero él quería ser el único que la arrancara de la tristeza.

Después de la cena, Matías volvió a ser el centro de atención de la pelirroja, y Lukyan no supo de qué modo unirse a la conversación, así que se limitó a fingir que leía una novela.

—¿Qué te parece si nos vamos a un parque acuático? —le sugirió Matías a Alice —¡Yo te invito!

—¡Cuenta conmigo! —aceptó sonriente.

Matías se la llevaba más allá de los muros de la mansión, a un lugar abarrotado de personas al que él nunca podría ir, y todo por culpa de aquel hombre. Por su culpa, tenía que verse obligado a vivir oculto, temiendo siempre a lo desconocido, y por ello iba a perder a Alice, porque ella pertenecía a ese mundo.

Coleccionista de desastres [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora