XXII • Una sensación especial

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Desde aquella primera visita, Lukyan comenzó a abandonar la mansión solo para ir al apartamento de Alice, la que le esperaba siempre con ilusión. Cada vez que lo veía a la puerta de su casa, todavía no podía creérselo, porque nunca tuvo verdaderas esperanzas de que fuera a curarse de sus traumas, y se sentía mal consigo por su falta de fe.

—Buenos días, Lukyan, León —Alice se hizo a un lado y los dejó pasar.

Lukyan seguía sufriendo temblores. Era evidente que estaba nervioso, pero al mismo tiempo tenía un brillo especial en su mirada. Él también se había rendido consigo mismo hace tiempo, pero ahora había comenzado a creer que llegaría el día en que podría actuar con normalidad.

—Buenos días —antes de entrar, Lukyan se lo pensó dos veces antes de darle un fuerte abrazo a Alice y se escorrió rápidamente al interior del apartamento.

Alice no pudo evitar sonreír, mirando la espalda de Lukyan alejándose, entrando en su casa.

—¿Lo que llevas en la mano es para mí?

Lukyan se giró sobre sus talones y la miró tímidamente, alzó la cajita de papel y asintió.

—Son pasteles. León los compró —explicó con la voz un tanto baja.

—Pero fue Lukyan el que tuvo la idea —confesó León, causando que el rubor de Lukyan aumentara.

—Muchas gracias a ambos. Prepararé café para nosotros y un vaso de leche para Lukyan.

Alice tomó la cajita que Lukyan le tendió sin mirarla a la cara y se fue a la cocina. Cuando abrió la caja no pudo evitar suspirar de placer al ver el maravilloso aspecto de los tres trozos de pastel. Los postres que preparaban la servidumbre eran una delicia, pero los que León compraba en aquella pastelería carísima, eran una verdadera ambrosía.

Hacía solo dos semanas que Lukyan y Leon habían comenzado a visitarla a diario, y ya había engordado tres kilos, pero Alice no le daba importancia. Hace algún tiempo que no le importaba tanto cuidar su línea. Aunque tenía consciencia de que unos kilos después se podría a hacer dieta y ejercicio como una loca, porque no le gustaba tener panza ni muslos gruesos.

Tras haber puesto los pasteles sobre tres platos de sobremesa con diseños florales, sirvió los cafés y el vaso de leche y lo llevó todo sobre una bandeja hasta el salón, donde León y Lukyan aguardaban por ella sentados en el sofá.

—Ten —Alice le dio el pastel de chocolate y natas a Lukyan, que era su favorito, junto a al vaso de leche, el que agradeció con un asentimiento tímido. Lukyan no hablaba mucho la verdad, de hecho parecía hablar menos que cuando estaba en la mansión, así que tanto León como ella tenían que preguntarle directamente para que dijera algo —León, ¿cómo se encuentra Melanie?

—Está muy bien —León esbozó una sonrisa que dejaba ver lo feliz y ansioso que estaba por la llegaba de su primer primogénito —Aunque a veces tiene vómitos, pero se recompone enseguida.

—Estoy segura que vuestro hijo a ser un auténtico amor. Algún día me gustaría ser su profesora —admitió con cierta ilusión —Aunque supongo que tu hijo irá a una escuela de ricos de esas.

—Sí, irá al mismo colegio al que asistí yo —tomó un sorvo de café y miró a Lukyan un momento, el que prefería comer a ponerse a hablar, dedicándole miradas a Alice de vez en cuando.

—Ojalá pudiera trabajar en ese colegio. Seguro que los niños no son unos toca pelotas como los de las escuelas públicas. Son muy maleducados —soltó un largo suspiro, mientras removía la cuchara en su taza de café.

—Sabes que cuentas con mi apoyo para ello. Podría presentarte al director, que es un conocido y amigo mío —le ofreció León con toda su simpatía.

Coleccionista de desastres [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora