XLIV • Su realidad

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Había perdido cualquier contacto con la realidad.  Las pocas personas que entraban en la sala se habían vuelto inviables.  La única imagen que en sus ojos se reflejaba eran los huecos en el rostro de su padre, huecos donde sus dedos se introdujeran...

No era la primera vez ni la última que vomitaba.  Ya nada salía de su estómago, salvo el líquido estomacal.  No podía pensar en ingerir comida. No quería pronunciar una sola palabra.  Bueno, en realidad no podía, en la soledad lo había intentado, pero lo único que salía de su boca era el vaho de su respiración. 

-Lukyan.

Anastasia no avistó ningún tipo de señal por su parte. El chico permaneció totalmente ausente, indiferente a su presencia, aún cuando se hallaba frente a él, con la espalda inclina, mirándole con detenimiento.

-Lukyan, tienes que comer. Sino te obligaran a hacerlo, y yo no deseo eso, y estoy segura que tú tampoco lo deseas -Depositó una mano sobre la del chico, y ni ese contacto logró en él algún cambio -Lukyan...

Acarició su mano, su brazo, mas el chico siguió con los ojos abiertos, perdidos en algún punto inexistente. Perdido en la última imagen que tuviera de su padre. Su cuerpo apenas sentía la ausencia de sus caricias, de sus abrazos, de todo el afecto que le había prodigado desde siempre y sus oídos apenas podían escuchar su gruesa, pero muy agradable voz.

Él se había ido para siempre. Quizás pudo ayudarle, salvarle la vida, pero él lo único que hizo fue esperar por varios días, hasta que su mirada se topó con la puerta a la que siempre había evitado acercarse, temeroso de la realidad grotesca que allí deambulaba, pero, por primera vez en toda su vida se acercó, presionó los botones que había grabado en su cabeza y se adentró en la siguiente sala, en la cual únicamente había una caja que no captó su interés.  Siguió hasta la siguiente puerta, la que jamás había visto antes y... Se topó con otros botones. Probó el mismo número, pero no logró nada. Después dígito la fecha de su cumpleaños, obteniendo el mismo resultado, siguiendo con el de su progenitor.  Nada. Allí permanecía encerrado, sin ninguna pista de cuál podría ser el número grabado, hasta que, recordó un número especial, su padre amaba aquel número: 78 pecas, eran todas las que portaba encima, y esa fue la clave que le permitió salir. De ese modo vio el mundo por primera vez.

El chico torció el gesto al percibir algo entrometiendose en su boca.  Al final tuvieron que ponerle un tubo, obligándole a comer, ya que era lógico que no iba a cooperar. 

Fueron varias las visitas que tuvo por parte de la enfermera, Anastasia y otros médicos que se ocupaban de él, pero de ninguno se percató.  Seguía atado a aquel horrible recuerdo, a aquel pasado en el que aguardaba a metros de la puerta que su padre regresara.

-¿Te tienes que ir ya?

¿Cuántas veces le formuló aquella pregunta? ¿Cuántas fueron las veces en las que le rogó que no se marchara? Pero de todos modos él siempre tenía la misma escusa que darle. La comida se estaba terminando.  ¿Lo de la comida era también una mentira? ¿No se hallaba ésta tirada por el mundo? Se había olvidado de preguntarle eso a Anastasia. Aunque la verdad su cabeza estaba repleta de cuestiones.  De varias verdades dichas por su padre que debían ser desmentidas.  A decir verdad, ¿no había sido toda su vida una mil mentira?

Apenas logró percibir el contacto con su dedo índice, que percibía una suave calidez.

Su cuerpo estaba de acuerdo con él, quizás era el momento de abandonar aquel latente recuerdo y regresar a la verdadera realidad, completamente distinta a la que se había formado en su cabeza. 

Poco a poco fue percibiendo el blanco de las paredes, la puerta y finalmente de topó con el rojizo tono de cabello de Anastasia, la que dormía con la cabeza apoyada en la pared. La línea que provocaran sus lágrimas permanecía todavía visible, evidenciando el dolor que su ausencia había causado.

Coleccionista de desastres [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora