VI • Entre la espada y la espada

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Una imagen de rostros bocabiertos era la que se exhibía a diez minutos de las nueve de la mañana frente al edificio educativo.

Léon abrió los ojos, topándose con el metal tras las ranuras entre sus dedos. Sus reflejos habían logrado que evitara el impacto, haciendo que el único que sufiera fuera la taquilla donde tuvieron la intención de empotrarlo.

El sonido metálico prevaleció por extasiantes segundos, hasta que un segundo grito se adueñó de todo testigo. 

-¡¿Pero qué demonios haces?!

Bestia se acercó pisando fuerte el terreno, propio del apodo con el que Léon le había bautizado en su cabeza, hundió sus dedos en el hombro varonil y lo arrojó para atrás como si no fuera más que un obstáculo en su camino.

-¡Maldita alimaña! ¡¿Quién te ha dicho a ti que lo golpearas?!

Al ojear por encima de su hombro, Léon descubrió a uno de los esbirros de Bestia tirado en el suelo. Su ceño fruncido daba a entender su enojo así como su desconcierto hacia su lider.

-¡Le ha insultado con su indiferencia, jefa! ¡Se niega a obedecerla! ¡Merece que le demos una lección!

La última exclamación incentivó a los demás mercernarios a rodear a su presa, la cual permanecía indiferente a sus intimidantes presencias. Eran cinco las sombras que consumían a Léon, pero ningún temblor o movimiento delató miedo alguno.

-¡Ya déjenlo en paz, idiotas! - Bestia propinó a dos de los chavales un golpe en la nuca - De Gato me encargo yo. ¡Espabilen! - Torció el pulgar hacia el lado izquierdo, al tiempo que torcía el gesto expresando verdadero fastidio. 

Ni sus tatuajes ni piercings intimidaban a Léon, y mucho menos aquellas miradas impregnadas de maldad, de sed de sangre. Ellos tenían grandes ganas de descuartizarlo, y dudaba que la ofensa hacia su lider fuera el mayor motivo para semejante cometido.  De aquello vivían aquel tipo de personas, de dañar a otros. Sus vidas eran tan miserables que solo se sentían satisfechos cuando tenían a alguien gimiendo bajo la suela de su zapato. 

-¡Ha! - El chaval que había golpeado a Léon se alzó y clavó una sádica sonrisa en el jóven noble - Jefa, después de que se canse de él, permita que me lo cargue.

El tipo era enorme, incluso más que Léon, y su presencia era todavía más intimidante que los otros miembros e incluso más que la de su lider. Sus músculos eran hinchados y venosos, su rostro se componía de piercings y en su cuello se podía presenciar el principio de un tatuaje negro que se ocultaba tras el vestuario oscuro y en sus brazos habían varias calaveras y dagas dibujadas, en compañía de líneas rojas que eran fácil de deducir que se trataba de sangre.

¿Qué clase de escuela permitía el ingreso de semejantes elementos? Bestia a su lado pasaría por un cachorro indefenso, y eso que ya se veía de lo más impropia posible.

-¡Ja! ¿Cansarme? ¿Acaso estás ciego o qué te pasa? - Movió las manos frente a sus ojos y le dio dos fuertes y estruendosos palmadas en su poderoso pecho - Gato tiene demasiado para que una pueda aburrirse. Créeme, ese tipo peca de hermoso.

Existía mucho más que lujuria en el guiño que esta le ofreció a Léon. Una macedonia de sentimientos residía en aquellos enigmáticos ojos verdes.

-Jefa - Gruñó el grandullón por lo bajo, anteponiendo su presencia a la de ella, dirigiendo su castaña mirada a aquel que ella tanto disfrutaba con la mirada.

-Cielos, Brutos, ¿Acaso no me has escuchado?

Un nuevo ciclo de exclamaciones engullió el lugar al ser testigos de una nueva acción por parte de Ariel, la muchacha que no había tenido ningún tipo de decencia a la hora de ahorcar la masculinidad de aquel Oso pardo.

Coleccionista de desastres [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora