Capítulo 1

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—¡Hey, tú, globo terráqueo! —grita alguien tras de mí y varios estallan en carcajadas.

Intento ignorarlos como siempre, mientras doy otro bocado a mi hamburguesa. El sabor de la carne, junto a las salsas y algunos vegetales frescos, se mezclan en mis papilas gustativas, debo contenerme para no soltar un gemido de satisfacción. Sabe a gloria.

¡Al infierno todos, la comida es el cielo!

Levanto la mirada sin dejar de comer y recorro uno de mis lugares favoritos en este horrible colegio, buscando al gilipollas de mi mejor amigo. Debe estar coqueteándole a alguna chica o defendiendo a otros, tiene esa horrible manía de meterse en los problemas de los demás y ayudar sin que se lo pidan... Es un imbécil, pero lo quiero.

—No pases cerca de él, va a tragarte. —Otro comentario y miradas de desagrado.

Me siento tentado a dejar la comodidad de la cafetería y jamás volver, posicionarme en un lugar donde pueda comer tranquilo, donde a nadie le incomode mis veintidós kilos de más. Sin embargo, no lo hago; respiro profundo y vuelvo a dar otro mordisco a la hamburguesa.

«Que no te afecten, que no te afecten, que no te afecten». Repito en mi cabeza una y otra vez, como lo llevo haciendo toda la secundaria.

Cada año, el ruido interno debe ser más fuerte, así no escucho el exterior.

—Ocupas demasiado espacio y aire, menos mal vas a morir pronto.

Uno más.

—¿Por qué no te mueres tú, hijo de la...?

—Déjalo, Carl —interrumpo a mi amigo, quien me ha encontrado primero. Giro para observarlo—. Sabes que no me afectan en lo más mínimo, no le des importancia.

Permanece observándome con detenimiento y las manos empuñadas, como si estuviera intentando leerme, al mismo tiempo que contenerse. Sonrío de lado, petulante, estoy completamente entrenado para ocultarle a los demás lo que verdaderamente siento.

—¿Seguro? —pregunta.

—Más que seguro, papi.

Rueda los ojos por mi broma de llamarlo de esa manera cada vez que se toma el rol de sobreprotector.

No quiero que nadie me defienda, no quiero que nadie se dé cuenta que no soy fuerte y estoy lleno de puntos débiles, que día y noche debo lidiar con el martirio de las burlas externas e internas.

Si soy un adolescente con extremo sobrepeso, nadie debería hacer comentarios hirientes sobre ello, ni siquiera importarles. A nadie exceptuando mis padres, quienes siempre han manifestado su amor a través de la fría indiferencia o la ferviente exigencia... Ellos sí que conocen de extremos.

***

Este tampoco será un buen día... ¡Qué puta maravilla! ¿Ahora tengo que despertarme feliz?

Los fuertes rayos de sol que penetran la habitación no me permiten unos minutos más de sueño, justamente los viernes que deseo dormir un poco más. Es el único día a la semana que rompo mi rutina, mientras no suceda nada extraordinario o especial me permito faltar al gimnasio, comer chucherías y tomar un par de cervezas con mi mejor y único amigo. Sin embargo, no sé qué mierdas le ha entrado a Claudia hoy que ha madrugado más de lo normal y ha dejado que los enormes ventanales que rodean la alcoba, queden descubiertos. Sabe cuánto odio que haga eso.

Intento abrir los ojos, pero la luz me enceguece durante unos segundos. Una leve punzada aparece en el lado derecho de mi cabeza y me recuerda el rastro de whisky que continúa recorriendo por mi cuerpo. No acostumbro a beber y cinco vasos fueron suficientes para sentirme mareado. Cinco vasos y ella en mi cabeza...

ATRÁPAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora