—Parece bastante emocionada, señorita Pávlov —señalo con falsa indiferencia, no he parado de mirarla de reojo.
Por alguna extraña y maldita razón que la engloba, nada me desagrada en ella, ni siquiera la poca feminidad a la hora de arreglarse. Sus uñas alargadas desde la base, sin color o mimo, sólo aseadas: simples.
Toda ella es simple, una simpleza para nada insípida, por el contrario, siento que me endulza y me empalaga en exceso.
Mi mente comienza a crearse imágenes de sus delgados y frágiles dedos, aferrándose fuerte alrededor de mis bíceps, como si quisiera traspasarme la piel...
—Más que eso, Doctor —responde, liberando mi auto tortura imaginativa. Carraspeo y me enfoco en terminar el arduo procedimiento que amerita el aseo de nuestros manos antes de entrar al quirófano—. He adquirido una sensible adoración por los niños —añade—, por eso no quería quedarme por fuera, estaba dispuesta a rogarle si era necesario...
—Me habría encantado ver eso —susurro en el mismo instante que me dirijo a la otra esquina para secarme. Dudo que haya podido escuchar, se gira y lo confirma con su expresión confusa:
—¿Perdón? No logré...
—No iba a dejarla fuera, de todos modos —la interrumpo para mentir con rapidez y posicionarme del otro lado del quirófano lo antes posible.
Detecté que no puedo pasar más de tres minutos encerrado en un lugar con ella, donde nadie pueda vernos, porque mis neuronas comienzan a atrofiarse.
Vuelvo a la realidad y sonrío al pequeño en la camilla, aunque ya no puede verme.
Es en este tipo de cirugías reconstructivas donde, con un poco de osadía y atrevimiento, se intenta imitar lo que la naturaleza crea. Es uno de los tantos motivos por los que permanezco en el mejor hospital privado de la ciudad. Curar labios leporinos, reconstruir piel luego de quemaduras graves, mejorar el aspecto de una persona luego de alguna enfermedad o accidente, son el tipo de cirugías que hace más valiosa esta especialización.
Lo estético y plástico siguen siendo un tabú, criticados por décadas y señalados al elegir el bisturí o «rellenos antinaturales», cuando nadie debería creerse con la potestad para opinar sobre el cuerpo del otro. Se tiene suficiente con ser nuestros propios juzgadores como para que alguien venga a dar veredictos sobre qué hacer o no con su dinero y su cuerpo.
¿Qué es la misma sociedad quien impone los estereotipos de belleza? Sí, ¿y qué si alguien decide seguirlos? ¡Es su puto problema! Mientras las cirugías se hagan a conciencia, con profesionales de confianza y la persona quede satisfecha con ellas, nada más debe de importar. A la mierda los que no disfrutan su propia vida y tienen que estar metiendose en la de otros.
A veces se vuelve necesario una pequeña ayuda para sentirse mejor consigo mismo y no está en manos de los demás asignar niveles de autoestima por ello.
A quien no le es suficiente quererse y aceptarse mientras la sociedad lo señala y se burla, luego se le es más llevadero cuando se observa al espejo y, con un poco de ayuda, comienza a verse mejor. Igual para quien no lo necesita y aún así quiere más... Ese es el ser humano: Eternos imperfectos que disfrutan el juego inagotable de perseguir y creer en una perfección que no existe.
Es de admirar quienes se aman tal y como son, porque en este mundo de mierda que nada le sirve y todo lo critica, es una hazaña para valientes. Sin embargo, no por eso se debe juzgar a quienes carecen del mismo coraje.
Por eso, todo es más triste cuando el que se encuentra en esa camilla es un niño, un niño que en la mayoría de los casos está esperando salir para encontrar amigos que ya no lo miren extraño o realicen pésimos chistes sobre su condición especial. Ser diferente es malo cuando la diferencia no es aceptada por los demás.
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ATRÁPAME
Romansa[+18] Mario Vila sólo conoce un tipo de relación fuera del sexo: Te quiero, me quieres, nos apoyamos, no nos abandonamos; me engañas, te engaño, no nos duele y continuamos viviendo. Es por esto que cree tener la vida soñada: la mujer perfecta para s...