Capítulo 26

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—Nena, no corras por allí, hay muchas piedras y puedes caerte —le pido a Kira que intenta huir de los abrazos rompecostillas de Mario.

Tengo los helados en mis manos, pero se ven tan adorables que podría dejarlos jugando mientras me como los tres.

—Cinco minutos de receso —Me acerco a ellos—. El helado se derretirá.

Kira viene corriendo hacia mí sin parar de reír. Tiene ese sonidito pegajoso que me hace carcajear con ella. Toma agua de la botella antes de alzar sus manitas para que le entregue el helado sabor a chicle, su favorito.

—Tita, calor. —Estira su blusita pidiendo que la sople.

—¿Qué te parece si vamos al auto y prendemos el aire acondicionado? Cuando terminemos el helado, regresamos —le propone Mario.

—No creo que sea buena idea —refuto. Aunque le ha preguntado a ella, decido opinar—. Te volverá nada los asientos de millones de dólares.

Se encoge de hombros y lame un poco de su helado de pistacho.

—¡Vamosh! —pide la niña y toma mi mano para que camine. Al ver que Mario se adelanta, corre a tomar la de él.

Traicionera.

Hoy no podría decir nada. Si no fuese por él, yo seguiría durmiendo en el hospital y Kira en la guardería. Soy una mala tía.

Pasamos dos horas más, entre jugando con ella en el parque, curando un raspón en su rodilla por correr en las piedras y luego comiendo waffles en mi cafetería favorita. Kira le insiste en ir a pintar con ella y él se muestra complacido de seguirle todos los caprichos.

Mis padres están comiendo, ambos saludan. Mamá con efusividad y mi padre escueto. Ha estado distante desde que conoció a Mario y eso me duele, pero sé que es cuestión de tiempo para que se acostumbre. Cuando he intentado hablar con él, me ha cortado en banda. Ha dejado claro que no le agrada la idea, pero tampoco piensa intervenir o exigirme explicaciones.

Lo amo y lo respeto muchísimo, sin embargo, sabe que si lo he traído aquí es porque ya no hay vuelta atrás... Aunque no puedo negar que me divierte verlo marcar territorio cada vez que Mario pisa esta casa.

La pequeña termina rendida mientras utiliza sus deditos para pintar una flor con acuarelas. Su carita ha quedado pintada por dormirse sobre el libro de dibujo. Mario la toma para llevarla hasta su cama, luego yo me encargo de cambiarla y limpiarla intentando no despertarla. Tiene el sueño bastante pesado.

La habitación colorida se queda a oscuras, con el único sonido de la lenta respiración de un terremotico. Sólo hay una pequeña lámpara que ilumina tenuemente la parte superior de su cama.

Detengo a Mario antes de volver a la sala. Tanteo su rostro, acariciándolo con la yema de mis dedos.

—Gracias —exclamo sobre su boca—. Por todo, por esta tarde. Aunque no la hemos pasado tú y yo...

—Hemos estado juntos. Te he visto sonreír todo el tiempo, me he encargado de que te enamores más de mí —señala, recordando las palabras que he pronunciado hace unas horas. Y sigue aquí, no huye—. Además, me gusta estar rodeado de dos mujercitas llenas de energía que desprenden luz —Dirige su mirada hacia la cama—. Me agrada mucho estar con las dos.

—También te has enamorado de ella —aseguro—. Todos lo hacen, es muy fácil hacerlo. Nunca imaginé que tuvieras tan buen trato con los niños.

Me regresa su atención.

—Siempre he querido tener hijos.

Me tenso y él lo nota.

—Entonces, ¿por qué te operaste?

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