Capítulo Final

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—Nos casamos en Copenhague.

—¿Qué?

Gero me expone un bonito anillo en oro blanco, grueso, y tallado en el centro con pequeños detalles negros.

—Pero ¿cómo? ¿Cuándo fuiste a Dinamarca y yo por qué no sabía que tenían planes de casarse?

—El fin de semana, fue algo que decidimos muy rápido. Regresamos hace dos días. Y en cuanto a hablar de compromiso, fue el mismo día que tu bombón tomó el teléfono y nos rescató del infierno. No quise mencionarlo porque no estaba muy seguro de lo que sucedió ese día. Fue mucho sexo y lágrimas de felicidad, así que pensé: tal vez, cuando pasen varios meses lejos del peligro y la adrenalina, alguno podría cambiar de opinión. Pero no pasó —Se encoge de hombros y aprieta mi mano—. Y justo un amigo nos invitó a celebrar su cumpleaños este fin de semana en Dinamarca y CariBru tocó el tema luego de más de un año sin mencionarlo. Nos casamos a las cuatro de la mañana, borrachos y muy cachondos. Épico.

Evito soltar una carcajada por el lugar donde me encuentro.

CariBru se quedó desde que Gero decidió que le gustan los dos nombres por igual —Bruno y Carlo— tanto como le gusta molestarlo a él. Aunque asegura que más le pone gritarle Bruno en la cama, le da morbo pensar que está teniendo relaciones con otro hombre sin ser infiel y tener problemas luego.

Gero alza el anillo de nuevo y los ojos le brillan al observarlo. El corazón me late de la emoción al notarlo tan ilusionado y satisfecho con este paso.

—Me alegra que precisamente estés muy feliz luego de que el alcohol haya abandonado tu cuerpo por completo. Eso significa que no te arrepientes en lo absoluto de la decisión.

—No hay nada que haga más feliz a un pobre idiota como yo que tener la esperanza de un amor eterno —Se está conteniendo para no chillar de alegría—. Todo sucedió cuando nos estábamos enrollando en el baño de la discoteca en Copenhague, con más alcohol que sangre, y le surgió la idea de hacerlo sin más: casarnos esa madrugada.

—Todo tan romántico —Me burlo. La sonrisa no abandona mi rostro—. ¡Felicitaciones, lindura! Me hace muy feliz que ustedes lo sean.

»Y de todas estas, dadas las circunstancias: ¿Cuándo piensas contárselo a tus padres? Es cierto que viven muy lejos y tal vez nunca se enteren; pero algún día querrás visitarlos o ellos a ti. ¿Cómo lo harás?

—Nuestra relación no es cercana, así que... Pienso dejarlos fuera de esto. Sé que nunca me apoyarían y lo único que traerán son disgustos; y el que no suma sobra. Sin importar que sean mi familia, son tóxicos. ¿Tú crees que por qué moría por independizarme? No había cumplido la mayoría de edad y ya pagaba una pieza a cientos de kilómetros de ellos. Me asfixiaban. Los quiero y me dolería perderlos de forma radical y definitiva; sin embargo, nos llevamos mejor si hablamos una vez al mes y durante pocos minutos. No todos tenemos una familia como la tuya, nena. Eres muy afortunada en ese sentido.

—Lo sé —Realizo una mueca de dolor, aunque no era la expresión que deseaba. Ya ha terminado la dosis de quimio y han comenzado los efectos secundarios. Respiro hondo y continúo—: Son lo más valioso que tengo, incluyendo a Mario, quien ya forma parte de mi familia... O eso creo.

Algo que he aprendido de los meses que llevo viniendo a esta enorme sala nívea para que me inyecten mierda necesaria —como la llama Mario—, es que debo esperar un par de minutos para ponerme de pie. Así la enfermera Ruth —La señora sonrisas—, me indique que ya ha terminado y puedo irme a casa.

—¡Ay, rusa, por favor! Llevan más de seis meses viviendo juntos, en su propia casa. De los dos —acentúa Gerónimo, con sátira—. No hay más familiares merodeando e impidiendo que te meta mano. Incluso tienen un hermoso perro que se llama como tú en versión masculina italiana. Por supuesto que son familia, nena, y ahora es tu pilar más importante.

ATRÁPAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora