Mario
—Deberíamos salir a buscar diversión —menciono, detallando el pico de la botella de mi cerveza.
—Ya lo intentamos y ninguno fue capaz —señala Carl.
—Parecemos unos putos castrados de mierda.
Gruño, sin parar de divagar entre la furia y el dolor, la tristeza y la decepción, la angustia y la determinación. Hace dos días que Luciana dejó el hospital, y ha tomado todo de mí para no ir a su casa y montar una escena posesiva-impulsiva-destructiva.
No encuentro motivos lo suficientemente válidos para haber renunciado a su residencia. Lo único que se me viene a la cabeza, soy yo, y eso me parece aún más patético e imposible. La cereza del pastel fue buscar a Kira en la guardería y darme cuenta que también la había retirado.
Cada segundo que paso sin saber de ellas, es más doloroso que el anterior; se acentúan los miedos y el sentimiento de pérdida.
Ella me dejó tocarla, me dejó venerarla, me dejó recordar lo bien que se siente tenerla cerquita, fundirme en ella. Pero no fue algo más que una despedida, el candado de un ciclo que ella ha decidió cerrar de forma definitiva y echar al olvido. Le ha valido nada todos mis esfuerzos. Todo mi amor. Se lo he demostrado de tantas formas posibles...: Le di espacio, tiempo, comprensión, apoyo; sin dejar de cortejarla, amarla, demostrarle que pienso en ella día y noche... Sin embargo, aún no estoy dispuesto a soltarla tan fácilmente. A respetar su decisión de olvidarme. ¡No puedo, maldita sea!
Me permito que, en este momento, gane la ira y la frustración. Me he arrastrado tanto que mi orgullo necesita un descanso, necesita vendar las heridas y los golpes, para luego, emprender otra batalla.
El sonido del citófono, indicando una llamada de la portería, me devuelve a la realidad.
—¿Cuál Mónica? —Escucho a Carl preguntar. A continuación, todos sus músculos se tensan y van en incremento a cada segundo—: Déjela pasar. Gracias, Ramón.
Cuelga con una fuerza poco convencional en él y se queda observando la puerta con los puños apretados. Deposito la cerveza en la mesa de centro y me acerco rápidamente:
—¿Quién era? —inquiero.
Carl no responde y dudo que esté respirando.
Esperamos un par de minutos observando la puerta, hasta que se escuchan golpecitos del otro lado y el salta a abrir con brusquedad.
—No te golpeo porque eres mujer, pero no sabes cuantas ganas tengo de asesinarte, Mónica. —Es el comentario que sale de la boca de mi amigo.
Debo estirar el cuello para ver quien es la causante de tanto desprecio.
Me cuesta reconocerla, pero cuando lo hago, me quedo taladrandola con la mirada.
«¿Qué haces aquí, pequeña arpía?»
Carl no tarda en bajar la guardia, solo un poco. Conozco el motivo de la misma forma que lo conozco a él. Posee una vena extraña y heróica con las mujeres que se ven aparentemente desvalidas y necesitadas de ayuda.
Sólo llegué a ver a Mónica de lejos en una discoteca y después en fotos, la cual se parece en nada a quien está frente a nosotros. Ahora es demasiado delgada, demacrada, tiene los ojos tristes y hundidos, el cabello enmarañado y sucio.
—Lo sé, Carl. Lo merezco —Su voz es gangosa—. ¿Puedo pasar? —agrega, no sin antes observarme con recelo.
Mi amigo termina de abrir la puerta y se aparta para darle espacio. Puedo notar la duda en sus facciones y movimientos.
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ATRÁPAME
Romance[+18] Mario Vila sólo conoce un tipo de relación fuera del sexo: Te quiero, me quieres, nos apoyamos, no nos abandonamos; me engañas, te engaño, no nos duele y continuamos viviendo. Es por esto que cree tener la vida soñada: la mujer perfecta para s...