Capítulo 32

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Temor. Preocupación. Ira. Desesperación.

Las alertas se encienden en todo el hospital y mis gritos se escuchan por toda la planta. Mi mente está muy alterada en este momento, opaca mi raciocinio y mi alteración alcanza niveles absurdos.

Mi cerebro trabaja a mil por segundo, creando imágenes de múltiples peligros, imágenes de él... ¿Y si está aquí?... ¿Si la quiere arrebatar de nuestras manos, llevarla, reclamarla? No, no, no... No podría con eso.

Celeste, una de las encargadas en la guardería, me observa aterrorizada y espantada por el nivel de mi reacción. ¿Acaso no lo ve? Me ha interceptado en el camino, temblorosa, y me ha dicho que no encuentra a Kira, ¿cómo mierdas quiere que reaccione?

Mi cuerpo se estremece de pies a cabeza y comienzo a llamarla mientras la busco por cada rincón.

Las palabras escritas en ese diario, regresan a mi cabeza sin piedad:

Se ha convertido en un monstruo. Creí que me amaba... ¡Creí que éramos su familia! Me ha amenazado con arrebatarla de mis manos si abro la boca, si le cuento a alguien mi verdad. Está dispuesto a hacer cualquier cosa por llevarse a mi bebé una vez nazca.

Es increíble como puedes llegar a odiar, en un instante, a alguien que decías amar para siempre.

¿Quién se ha llevado a mi bebé? ¡¿Dónde está?!

Ella no pudo haber salido del hospital por su cuenta, ni siquiera de la guardería. Ella es curiosa, pero no en el nivel de sentirse sola y desprotegida.

—¿Qué pasa, Luciana? ¿Qué le ha sucedido a Kira? —Esos brazos que reconozco bien, toman mis hombros con fuerza y me agita para que reaccione. Hay preocupación sincera tiñendo su rostro.

La tempestad en sus ojos enrojecidos y cristalinos por las lágrimas derramadas, me duele; pero nosotros, ya no existe.

—No está —Mi voz sale temblorosa—. Kira no está... Alguien se la ha llevado.

—¡¿Cómo es posible?! —Se gira furioso para exigirle una explicación a la chica.

Su pecho comienza a bajar y subir con rapidez.

—Mi... mi compañera estaba llevando a un nene a la sala de urgencias porque ha vomitado y tiene fiebre, y yo intentaba explicarle a dos pequeños que no podían pelearse por un juguete y al mismo tiempo limpiaba el vómito... —Se le va la voz y parece a punto de desmayarse—. Ella pintaba, luego quería jugo y... le pedí unos segundos porque estaba ocupada..., cuando volví a girarme, ya no estaba —Solloza.

—¡No hay justificación de mierda que vaya a salvarla de un despido! Ahora búsquela —ruge Mario.

Celeste se encoge y parece más pequeña de lo que es. No puedo sentir lastima.

—Ya lo hice, Doctor... Se ha avisado y encendido las alarmas, medio hospital la está buscando y ya han comenzado a revisar las cámaras de seguridad.

—No me importa, vuelva a hacerlo.

Camino hasta el fondo del pasillo y me dirijo a la salida. Dejo de escuchar otra cosa que no sea mi mente martirizada esperando lo peor. Llego hasta el estacionamiento y me posiciono en el centro. La angustia y la impotencia me sacuden, observo a mi alrededor sin saber qué hacer, dónde buscar...

Tomo mi teléfono y observo la pantalla durante pocos segundos. Mi cabeza no logra razonar y tomar decisiones sensatas, está completamente nublada por la preocupación, el estrés y los horribles sentimientos y pensamientos que me comenzaron a perturbar desde que leí ese diario; sumado a la tristeza y decepción de un corazón roto en partes diminutas.

ATRÁPAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora