Capítulo 38

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Mario


—Vendrás conmigo, Luchito. Pronto —prometo y rasco tras sus orejas—. Cuando tenga la casa perfecta para que puedas correr y jugar, tú vas a hacerme compañía. Y por el momento, solo seremos nosotros... Por el momento —recalco—. Tu mami aún se niega a formar parte de la ecuación y yo debo organizar un par de cosas más.

Despliega la lengua con gran longitud mientras jadea en busca de agua y oxígeno.

Hoy hemos corrido tres kilómetros más que todos los días debido a mi necesidad de liberarme y despejarme. Aún no sé si estoy tomando la mejor decisión o debo seguir los impulsos que dictan mis sentimientos; sin embargo, justo ahora necesito estar muy lejos de esta ciudad o terminaré rompiendo las promesas que me vengo repitiendo día tras otro.

Vuelvo a posicionar mi mano como recipiente y vierto agua del termo para que él pueda beber. Se la termina casi por completo y ahora soy yo quien no tiene como calmar la sed, ni un poco.

Según el veterinario, está a punto de parar de crecer a sus casi 10 meses de vida, mide un poco menos de 60 centímetros y cada vez es más adorable, enérgico y juguetón. Necesito un lugar más adecuado que un apartamento para que pueda correr y hacer sus necesidades. Ya está muy bien entrenado; aún así, deseo que pueda tener espacio suficiente para que no extrañe mucho el refugio.

Él vuelve a lamer mi mano para que continúe dándole agua.

—No hay más, compañero. Ya casi llegamos a tu hogar temporal y podrás beber toda la que desees.

Se sienta como si tuviera un imán en el trasero que lo pegara al suelo de un tirón, se niega a seguir avanzando y me ladra en respuesta.

—Bien... —cedo. También tengo mucha sed y los músculos de mi cuerpo han estado bastante adoloridos estas semanas—. Vamos a descansar un poco.

Aprovecho que hemos quedado cerca de un pequeño escalón en la amplia acera, para dejar caer mi culo en el asfalto, el lugar adecuado donde no incomodamos a las personas que transitan. Dejo que el caprichoso recueste su cuerpo contra mis muslos y comienzo a acariciarlo distraídamente mientras recuerdo la conversación que tuve ayer con mi terapeuta.

—Iré a hablar con Claudia —le cuento—, tal vez es cierto que nos debemos una conversación —Lucho vuelve a ladrar como si me entendiera.

Sé que no es así, pero quiero creerlo.

Voy a tardar en acostumbre a estar sin Carlson. Sin embargo, recuerdo sus palabras en el aeropuerto:

—Estoy a una llamada, gilipollas. Siempre voy a estar del otro lado de la línea cada vez que desees hablar. Eres mi hermano, y eso nada ni nadie lo va a cambiar.

Se ha ido hace menos de una semana y ya me hace una falta increíble, el muy cabrón.

Tomo el teléfono y me decanto por hacer una vídeollamada:

Responde al primer tono, sin embargo, lo primero que veo es oscuridad, luego se escuchan unos balbuceos extraños y un poco de luz que me permite apreciar... ¿Eso son dientecitos?

Giro el teléfono para intentar enfocar la imagen.

—No, no, pequeña—reconozco la voz de Carl de inmediato, aunque su inglés está algo empolvado—, esto no es comida.

Luego de unos segundos entre limpiar la pantalla del teléfono y moverlo de un lado al otro para tomar la bebé en brazos, por fin está frente a la cámara con la visión de una hermosa niña de ojos grises y un cabello demasiado rubio. Ella debe ser Julieth Reynolds, la sobrina de Elizabeth.

ATRÁPAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora