Capítulo 30

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—Hija, ¿qué pasa? ¿qué te sucede? —cuestiona mamá, bastante alarmada.

Mis ojos están rojos e hinchados de llorar, y traigo a Kira aferrada a mi cuello con toda la fuerza que sus bracitos pueden tener.

Luego de calmarme fui a buscarla, necesitaba que su alegría me empapara y pudiera distraerme; sin embargo, cada dos minutos le pido que me abrace. Es pomada para mis heridas.

—Nada, mami, no te preocupes. He obtenido información de un amigo que asiste en la cirugía de papá y todo va excelente. Papá es fuerte.

Tomo varias respiraciones para controlar la cantidad de nudos y vacíos que aún siento.

—¡Abu, gande y fuete! —grita la pequeña.

Mi madre nos envuelve al mismo tiempo y reparte besos en la mejilla de Kira... Si esta nenita supiera cuánto nos sostiene.

—¡Qué emoción, cariño! —dice mamá en medio de un sollozo—. ¿Cuándo podremos verlo?

—Aún falta un poco más de media hora. Después lo llevarán a la Unidad de Cuidados Intensivos y nos avisarán.

Asiente y vuelve abrazarnos con fuerza.

—¡Ayyy! Aile, aile —Se queja Kira, haciéndonos reír.

La siento sobre mis piernas y continúa jugando con la plastilina que le han regalado en la guardería. Recuesto la cabeza en el hombro de Mercedes y un suspiro entrecortado sale de mi garganta sin autorización.

—¿Qué te pasa, mi niña?, dime la verdad. Sé que hay algo más.

—No es por papá, te lo juro. Tranquila.

—Entonces, Lucy ¿qué es tan malo para que tus ojitos se vean así de opacos?... Te conozco y puedo asegurar que estás muy triste, cariño.

—No quiero hablar de eso aquí... o ahora.

—¿Es Mario? —Me encojo con la sola mención—. No lo veo hace un buen rato...

—Por favor —le imploro, siento mi garganta arder—. Te contaré luego.

Deposito un beso en su mejilla y vuelvo a acurrucarme.

Justo ahora quisiera desaparecer. No pensar, gritar, golpear algo... Pero mi familia me necesita. Tengo que ser fuerte por ellos y estar aquí cuando papá despierte. Él es primero en este momento.

Permanezco en esta posición más de lo que mi cuello puede tolerar, sin embargo, ningún dolor logra apaciguar el que oprime y atraviesa mi pecho.

Arde. Las traiciones arden, y no sólo por el amor perdido y manchado, también son las esperanzas rotas y mi dignidad herida, por haberme enamorado profunda e irremediablemente y saber que todo estuvo basado en el engaño, es la peor forma de despertar de un sueño, llenando de polvo los mejores momentos que he tenido en mi vida.

A pesar que en este momento controlo las lágrimas, mi alma no para de quejarse y sangrar. Me duele cada parte del cuerpo, me pesa cargar con él. Cada segundo que pasa es aún peor, los recuerdos me torturan y el desconsuelo me deja sin fuerzas.

—¡Ahora no, Mario! —exclama Oscar en una fuerte exigencia. Se escucha a varios metros tras de mí. Deduzco, por el tono de voz, que está forcejeando con él enérgicamente.

Mi corazón se detiene por un momento, las manos me tiemblan y siento un vacío en la boca del estómago. Mamá se gira y Kira intenta soltarse de mi agarre, lloriquea y pronuncia ese nombre, una y otra vez. Lo llama, se sube en la silla contigua y mueve su manito pidiéndole que se acerque.

ATRÁPAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora