Capítulo 27

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—¡Fue genial! —exclamo cuando lo veo aterrizar a unos cuantos metros de distancia.

En el mismo instante que desatan mi arnés, corro hacia él.

Justo ahora está concentrado en deshacerse de su equipamiento y se percata tarde de que la chica medio loca, enamorada y con mucha adrenalina recorriendo su sistema, va muy dispuesta a lanzarse sobre él y desestabilizarlo por completo.

Se sobresalta, pero me abraza por instinto; da unos cuantos pasos hacia atrás e intenta sostenerse del aire. Como resultado, su bonito trasero termina contra la hierba, suelta un gemido de dolor ahogado mientras yo le robo un beso para nada decente, con mucha lengua y presión.

—¡Ay, santísimo Dios! —se queja cuando lo libero por falta de aire, después suelta una pequeña carcajada—. Estás loca, ángel.

—¡Me encantó, me encantó, me encantó! —Canturreo mientras sigo a horcajadas sobre él y presiono mis palmas contra sus mejillas; provocando que su boquita, muy rosada por el beso, se encoja y vea graciosa. Le doy otro besito rápido.

Mario se apoya en sus codos realizando una pequeña mueca de dolor y observa a los hombres que aprecian la escena con diversión. No tarda en regresarme su atención.

—Me alegra mucho que lo hayas disfrutado —Acaricia mi mejilla con suma ternura y su mirada se vuelve más pesada y profunda—. Yo también lo hice, como no te imaginas.

Si pudiera, lo desvestía ahora mismo... Carraspeo e intento ponerme de pie. Uno de ellos se acerca a ayudarnos.

Entregamos todo, realizamos la encuesta rápida de satisfacción en una tablet y les agradecemos de corazón. Se comprometen a enviarnos los vídeos en menos de una semana.


***

No sé si fue buena idea gritarle mis sentimientos en un momento lleno de emociones y sensaciones agrandadas al mil, pero no me arrepiento; a pesar de que estuvo muy extraño durante todo el vuelo con dirección a Ibiza. Con muy extraño me refiero a excesivamente callado y cariñoso.

Lleva sus labios constantemente a cualquier punto de mi rostro, quiere abrazarme y tocarme todo el tiempo, respira en mi cuello y lo acaricia, toma mi mano y se queda observándome con ternura y melancolía... Sin embargo, no pronuncia más de dos palabras o monosílabos: sí, no, no sé, estoy bien, lo siento, me fascinas, quiero llegar.

Es atípica tanta melosería y no parece asustado, todo lo contrario; aun cuando sus debates internos incrementan cada vez que me contempla y parece perderse en sus ojos. ¿Cuándo parará de confundirme tanto?

Cuando he intentado mencionarlo y pedir una explicación, me silencia con un beso, me acaricia de manera provocadora, o sólo me pide callar y disfrutar el momento. Aprovechando que la euforia continúa en mi cuerpo, he decidido tomarle la palabra. Lo que menos quisiera es estropear este día.


Luego de detenernos durante poco más de dos horas en el centro de Ibiza, realizar una compra rápida de alimentos y almorzar una pasta deliciosa en un pequeño restaurante, Mario ya se encuentra más relajado y ha vuelto a ser medianamente normal. Bajó la guardia cuando he dejado de preguntar o insinuar que deseo hablar de mis sentimientos, los suyos y nuestra amorfa relación.

Complazco su comentario en nuestra cita y me dirijo al baño del restaurante para insertar los aretes en mi cuerpo que dejé de usar por la residencia y la seguridad en el quirófano. Decido no agregar el del labio, fue uno de los últimos y ahora se ha cerrado un poco. Le encantarán cuando vea los demás que están ocultos por la ropa. También he preparado otras sorpresas que he preparado para él.

ATRÁPAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora