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Parte 3

Han Min.

— ¿Puedo saber quién es usted? — Me siento incómoda sobre la silla frente ella.

— Presteme su mano. — Ha estirado la suya mirandome directo a los ojos y he negado al instante.

— ¿Por qué debería? —Recorro el lugar con la mirada, pareciera una biblioteca con uno que otro estante repleto de amuletos y líquidos en pequeñas botellas de vidrio, hay una chimenea al fondo del lugar, frente la sala de  color café.

— ¿Quiere saber su futuro? — Por alguna razón accedo, acercandole mi mano lentamente, la cual ha tomado con fuerza entre las suyas cerrando los ojos y un silencio se apodera del momento, haciéndome sentir escalofríos en este oscuro lugar, solo con la luz de la chimenea reflejada en nuestros rostros. — Usted sufrió una pérdida hace muy poco tiempo... —Al escuchar sus palabras me quedo incrédula pues dice la verdad. — Y seguirá perdiendo a más personas, la muerte será la trampa de tu vida y no debes desviarte de tu camino o perderás todo. — Suelta mi mano abriendo los ojos de golpe, produciendome miedo lo que ha dicho.

— ¿Cómo puede decirme eso? ¿Al final yo moriré también? ¿Cuándo? — Digo alterada pero ella se mantiene en un gesto serio, sin responderme. — ¿No me escucha acaso?

— Guarda contigo lo que llevas en el bolsillo, jamás lo pierdas. — Se ha levantado de su asiento yendo a la sala, dejándome más confundida de lo normal y provocando que yo le siga hasta la sala.

— Oiga ¿cómo sabe que llevo algo en el bolsillo?

— Me mira pareciendo agotada. — Devuelvele a él la sudadera y te habré hecho el favor de tu vida, ya deberías marcharte. — Le miro por última vez, es increíble que en solo un par de minutos le haya regalado toda la información de mi vida, inclusive lo que ya viví, me doy la vuelta para salir del lugar siendo interrumpida por sus palabras y deteniendome en seco. — Debes permanecer cerca de él, si no quieres que tu vida esté repleta de sufrimiento.

— Sin volverme a ella le respondo con otra pregunta. — ¿Quién es él? ¿Habla de Dae?

— No necesitas buscarlo, ya marchate.— Está mujer debe estar loca porque no responde claramente, salgo a prisa del lugar, corriendo a la estación y pidiendo un boleto con dirección a Busan, que por suerte en quince minutos llegaría.

Miré el reloj a cada segundo, pensando sobre las palabras de aquella mujer, sacando el amuleto de mi bolsillo y tratando de poder mirarlo a detalle, solo pudiendo identificar el símbolo de la infinidad y la rosa de los vientos, mientras el resto de los símbolos eran una incógnita para mis conocimientos.
Teniendo que abordar el tren hasta estar segura de que el amuleto no se perdería en el bolsillo bien cerrado, tomando asiento en el único lugar vacío, a lado de un hombre que al mirarlo detenidamente estaba segura de que era Kim Dae.

— Kim Dae ¿Usted me seguirá a todas partes nuevamente? — Dije seria y aquel hombre me miró con el ceño levemente fruncido, le confundí y es ahora que sentía la cara se me caería de vergüenza. — L.. Lo siento mucho señor, le confundí. — Una risa nerviosa se me escapa, tratando de evitar su mirada.

— ¿Así que conoces a Kim Dae? — Ha dicho luego de un breve espacio en silencio. — ¿Es buen hombre?

— Asiento segura. — Siempre lo ha sido ¿por qué? ¿Usted también le odia como el resto? Déjeme decirle que Kim Dae es la mejor persona que he cono...

— Es mi hijo. — Ha dicho interrumpiendo lo que estaba a punto de terminar.

— Agacho la mirada, ahora entiendo porque le confundí. — Disculpeme, pero es que sé que la gente le detesta y eso no me gusta en absoluto.

— No soy alguien que tenga conversaciones con la gente, por favor guarde silencio ya. — Ha dicho con un humor que causó mi enfado, ¿este hombre era realmente el padre de Dae? Me levanté de golpe, caminando sobre le pasillo y tratando de encontrar otro lugar disponible, por suerte fue así, permanecí ahí cómodamente, sentada a un lado de una mujer con bebé en brazos, pero para cuando llegué a Busan sentí un mareo repentino, deteniendome contra la pared para evitar caer al suelo y texteando un mensaje a mi madre rápidamente, para después sentirme demasiado pesada, con la mirada cansada y dejándome rendir sin importar que en este momento nadie me ayudaría, pues era como ser vencida por el sueño...

Chica Vita. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora