Lena Luthor, de pie en el cubo de la piscina, se acomodó las gafas de natación y se encorvó hacia adelante para esperar el silbato que anunciaría su inminente salida. El movimiento, por muy suave y reducido que hubiese sido, le provocó algo de dolor en el hombro derecho, donde figuraba un cojonudo morado que, según había dicho a sus compañeros y profesor, se debía a una caída de la bicicleta. "Serás torpe, querida –solía decirle su mejor amiga, Ámbar, cada vez que acontecía algo semejante– deberías andar a pie si vas a seguir así. ¡No pasa una semana sin que te des un buen hostión en ese artefacto del demonio! Tienes que cuidar un poco más de ese rostro tan mono. Si yo fuera tú, no me andaría con esa clase de estupideces". Lena, en esas ocasiones, no tenía más que que darle la razón y cambiar de tema a la menor oportunidad, reservándose un gesto torcido para sí misma.
Hizo sonar el cuello y se agarró del soporte frente a sus pies. El agua subía y bajaba de nivel casi imperceptiblemente, dando discretos lengüetazos a las paredes de la pileta, y con el frío que hacía ese día, el vapor originado por las altas temperaturas que generaban las calderas flotaba como una neblina caldosa sobre la superficie.
A su alrededor se oían gritos, chapoteo y risas estridentes. Los niños pequeños tomaban sus clases a un par de andariveles del suyo, y aquellos un poco mayores, jugaban al waterpolo en un rincón alejado.
Respiró pesadamente y aflojó los hombros. Todo era agitación, sí, pero en su cabeza no se oía nada más que silencio; ese silencio helado y escalofriante que se escurre como un líquido espeso por la columna y que se arraiga a la nuca y produce ganas de gritar de miedo, pero el grito no sale, y la voz tampoco.
- ¡Atenta, Luthor!- oyó la voz de su entrenador a poca distancia.
Sacudió la cabeza y levantó la mirada. Había vuelto a ausentarse, como de costumbre le sucedía. No estaba segura de qué tanto tiempo había sido así , pero al menos el silbato aún no sonaba.
A su derecha se abrió la puerta de los vestuarios femeninos, y se distrajo al ver salir a una joven rubia vestida de guardavidas. Era ella, la chica del 21 de junio. Siempre que la veía, era incapaz de recordar con precisión su nombre. Era algo como Cala, o Katia o Kara.
- ¡Tres...!
El 21 de junio... El silencio provenía de esa fecha.
- ¡Dos!
Fue el día de la tragedia, cuando empezaron sus ausencias y el terror por las noches. El miedo a andar sola.
- ¡Uno!- Sonó la voz del entrenador en conjunto con el silbato.
Lena se impulsó, y tras unos segundos en el aire, su cuerpo rompió la superficie, debajo de la cual el silencio era real. Rodeada de agua, todo se volvió real.
Boom, boom, boom... ¡Clap! ¡Clapateplap! ¡Plap, plap, plap! Argggh... Plap.
Lena salió al exterior y exhaló una gran bocanada de aire, llenándose los pulmones con el frescor de esa noche de junio, en pleno inicio del verano.
¡Trac, blip, blop! Aric, aric, Argggh...
Miró por doquier. El lago estaba desierto, y la música de fondo seguía sonando con potencia.
Rrrrghhh...
Su corazón se enfrió, y por puro instinto, pataleó desesperadamente. El fondo lodoso parecía estar a kilómetros de distancia de sus pies, y en esos kilómetros, podía estar acechándola cualquier tipo de criatura de pesadilla.
Plop. Plop.
Quería gritar y pedir ayuda, pero su garganta parecía no querer responder. Era la mejor en su clase de natación desde los nueve años, pero esa noche, recorrer el equivalente a una sola piscina parecía una tarea insuperable.
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El lado oscuro de la luna- Supercorp
Fanfiction" - (...) Es a los monstruos a quienes temo. Kara sonrió de lado y se cruzó de brazos, mirando la luna nueva ausentemente. - No es a los monstruos que tienes en mente a quienes debes temer- dijo-. Quizás fueron temibles antes, pero...