Parte 10: Calle sin nombre

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Calle sin nombre, inicios de febrero de 1776.


Era el tercer jueves consecutivo que Natalia acudía en busca de la compañía de Alba. La morena había tenido que evadir los interrogatorios de Elena, quien empezaba a sospechar a donde iba su hermana sin cubrirse el rostro y, sumado a esto, rechazar los ofrecimientos de África por acompañarla.

—Buenas tardes, vuestra merced. —saludó la morena mientras se acercaba al flanco derecho de Alba que permanecía quieta admirando el paisaje. — Veo que estuvo bosquejando algunas cosas...

—Vuestra merced siempre tan atenta, no es nada... Solo un par de líneas mal dibujadas.

—¿Podría tener el honor de mirar aquel "mal dibujo"?

Le proporcionó una sonrisa a la rubia, pero esta titubeo, pero terminó por revelar aquello que había hecho con un pedazo de carboncillo. Esperose una crítica cruel o una risotada burlándose de aquello, como frecuentaban hacerlo sus rancias "amistades" en España.

—¡Vaya maravilla! —expresó Natalia trazando con sus dedos aquel dibujo— ¿Vuestra merced es consciente del arte que lleva en sí?

—¡Favor me hace! Solo es un tonto pasatiempo. —intentó minimizar la más pequeña, girando su rostro hacia el horizonte y liberando un suspiro. Nadie ha valorado antes mis dibujos, pensó.

—¡Tonto el que no vea arte en esto! —aproximó su cabeza a la de la rubia y no quitó la vista de su cabellera rubia. —Vuestra merced hace magia con aquellas pequeñas manos.

Alba al oír aquello movió lentamente su cabeza hacia aquella voz, sin imaginarse la tan cercana presencia de su rostro y se topó con el par de ojos marrones tan profundos que poseía la morena, tan cargados de brillo e ilusión.

Habían terminado por acercarse más allá de lo socialmente permitido, prestó atención en cada detalle, quería retratar tal rostro...

Natalia aguantó la respiración, no entendía porque sentía un pequeño apretón en los confines de su delgado abdomen, sentía que si se movía un milímetro se perdería aquello y no estaba dispuesta a desperdiciarlo. Se fijó en los grandes y profundos ojos color miel de Alba, quién pudiera probar tal manjar, pensó y tragó saliva al instante. 

¿Qué estás pensando, Natalia?



"Revolución caliente, música para los dientes, azúcar clavo y canela, para rechinar las muelas", oyeron tan cerca que se alejaron pesadamente, no hallando una respuesta a tal situación. El vendedor de dulce había tenido la genialidad de arrimarse hacia la ribera del río, donde se hallaban, a preguntar si les apetecía tal, negaron gentilmente y prosiguió el camino.


—¿Podría pintar algo para mí? Quisiera colgarlo en mi habitación, claro... si vuestra merced desea, no quisiera obligarla a algo... yo solo... bueno...

—Solo he pintado para mí, no sé si soy digna de aquello. — soltó Alba amistosamente.

—Nada me complacería más, me ha bastado solo un segundo para saber que su capacidad y talento es enorme. —soltó Natalia, regalándole una pequeña sonrisa que mostraba sus pequeños dientes blancos. Alba la miró con el rabillo del ojo y asintió. Al instante, cambiose aquellas dudas y una idea asomó dentro de su mente, iluminando su rostro.

—¡Ahora vuelvo! —levantose como alma que lleva el diablo la pequeña y sacudiose el delicado vestido gris que portaba.

—Pero... ¿Dónde va vuestra merced?

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora