Parte 24: Rosa blanca

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Lima, finales de marzo de 1776

Los guardias tardaronse poco en llamar a nuestro solar e interrogar a cada miembro de mi familia, el ahínco en sus preguntas caló en la pequeña muralla que había forjado alrededor de lo que sabía, pero no se los hice notar.

Permanecí fuerte e imperturbable cada minuto que durose la reunión con los hombres que investigaban la desaparición de mi difunto prometido hasta que la intranquilidad empezó a corroer mi mente al salir al jardín posterior de mi solar horas después.

Una pequeña fuente bañaba los rosales blancos ubicados en un lateral, desde mi llegada a esta ciudad y tras la construcción de nuestro solar, había amado este lugar. Era de las pocas cosas junto a la música en las podría invertir más del tiempo debido, el cuidado de los rosales no era cosa fácil en estas tierras, pero mi persistencia se antepuso. Cogí un pequeño capullo que no tardaría en brotar y sobrevino a mí, el recuerdo de ella. 

¿Qué haría después de hablarle? ¿Qué decisión tomaríamos? ¿Cómo abordaría este tema? 

Descalcé mis pies hundiéndolos en la fría agua y haciendo círculos imaginarios con la punta de mis dedos.

—¿Preocupaciones? —la voz de Doña Rafaela me asustó y di un ligero salto. Soltó una pequeña sonrisa y sentose a mi lado curvando sus piernas hacia un lado.

—¿Qué es la vida sin ellas? —contesté sin mirarla y seguí contemplando con parsimonia los rosales. Son como ella, pequeños... puros...

—Eres joven para pensar de esa manera. —dijo con un tono más formal observando las ondulaciones que formaban el movimiento de mis pies.

—Pero no para otras cosas según la sociedad. —largué una mueca de cansancio esfumándola de inmediato por mi extraño ataque de verdad. Carraspeó removiéndose sobre sí misma.

—No tienes la actitud de aquella mujer desesperada por la desaparición de su gran amor. —guardose nada al momento de dar su punto de vista. No posee filtros, resalté en mi mente. —Llevo cuatro días aquí y tu angustia no radica en los pasos perdidos de Mikelo.

—Me preocupa su paradero, no soy una bolsa de carne insensible. —canté intentando sonar convincente y agazapando mi carencia de reacción al oír "su gran amor".

—¿Sabes a que edad contraje nupcias? —preguntó y dirigí la mirada hacia ella con extrañeza.

—¿22? ¿25? —cogí un poco de aire y regresé la mirada hacia el mismo punto. —Mi madre lo hizo a los 25, asumo que vuestra merced hizo lo mismo.

—15. —esperose poco en contestar y dejarme boquiabierta. Este tipo de "costumbres" las detestaba, me parecía deplorable que se nos usara como una especie de "bienes". "Solo sirven para traer críos al mundo", esto era una constante en las reuniones al que todo hombre asentía tras reir.

Fruncí el ceño y tensé la mandíbula en una mezcla de enfado al recordarlo.

—He notado tu postura frente a este tipo de "acuerdos" —siguió hablando al notar mi silencio. —Miguel Ángel y yo nos casamos para entablar lazos familiares y que no se generará una disputa entre nuestras tierras. Cosa de nuestros padres...

—¿Por qué aceptó? —pregunté apretando los puños y haciendo rechinar levemente mis dientes.

—Quizás...—me miró dulcemente y acarició una de mis mejillas. —Quizás por la misma razón por la cual tu aceptaste. —alejé mi rostro con desconcierto y quise esconder mi mirada. Me sentía desnuda ante tal afirmación.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora