Parte 9: Solar de la Marquesa

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Casa de la Marquesa de Navarra, Dña. María Sanabdón y su esposo, D. Mikel Lacunza, finales de enero de 1776.


—Hasta los pelos estoy de mentiras, buenas y gordas. — contestó Natalia sentada en el zaguán de su solar.

—No sé quién te ha podido decir aquello, pero es mentira. —explicó Mikelo acercándose al lado de la morena.

—De enterarse mi madre de esto, me pedirá una explicación ¿Qué tendría que responder?

—¿Prefieres creer las palabrerías de las negras que a tu prometido?

—Suficiente tengo con que vuestra merced sea fiel asiduo al burdel.

—¡Patrañas! — exclamó el hombre no contento con verse expuesto ante aquella verdad.

—Toda la ciudad lo sabe. De no ser por el gran amor que guardo hacia mi padre, vuestra merced no posaría pie aquí. — cerró el intercambio de palabras e intentó dirigirse escaleras arriba, pero la contraparte no se quedaría conforme.

—Estoy cansado que siempre me minimices. — suspiró Mikelo— Nací aquí es verdad, mi madre falleció al traerme a la vida y quedé solo con mi padre. Soy lo que soy por él y tu solo me tratas como un ser inferior.

Agacho la cabeza, una maraña de líquido salado cubrió los ojos oscuros del chico y no pudo continuar con su defensa.

—Comprendo cualquier vicisitud, pero esa mujer prolifera que dentro de ella guarda un hijo suyo. — suspiró cansada Natalia.

—No la he visto en mi vida, lo puedo jurar en nombre de Dios.

—¿Cómo osa jurar en vano? Las mismas criadas comentan que le han visto con ella.

—Pretendes qu-


—Buenas tardes, Mikelo. — saludó D. Mikel Lacunza, interrumpiendo aquella discusión haciendo su entrada proveniente del Cabildo.

—Buenas tardes a su ilustrísimo y excelentísimo Alcalde del Crimen. — replicó el chico. Y se supone que no le gusta sentirse inferior ni adular a otros, pensó Natalia colocando los ojos en blanco.

—Hija mía, te noto con mal semblante ¿Te encuentras bien, mi pequeña?

El padre se acercó a su primogénita y pasó su mano por su frente, intentando buscar algún tipo de calentura. Su hija solo negó y sonrió de lado.

—Padre mío, solo es la emoción de ver a Mikelo. Espero comprenda vuestra merced. — respondió con un sinsabor adueñándose el interior de su cavidad bucal.

—¡Vaya par de jóvenes! ¡El amor en estos tiempos! Os dejo, iré a saludar a tu madre.



La morena vio a su padre marcharse hacia la segunda planta y adentrarse hacia el pasillo que llevaba al dormitorio principal. Regresó su mirada a Mikelo, quien había llevado uno de sus dedos a su larga nariz. Bufó y cerró los ojos. Odiaba aquella situación, pero tenía que seguir con aquello.

—Te parece un paseo por la Plaza, quizás podamos comprarle algo a la mixturera.

—¿Vuestra merced cree que con unas flores de la mixturera voy a olvidar que está esperando un hijo de otra mujer? —cambió el semblante a uno más duro.

—Es una pobre zamba, no puedes compararte con ella. ¡Olvídalo!

—¡Es que no me estoy comparando, por amor de Dios! Vuestra merced debe casarse con ella y hacerse cargo del crío. —expulsó— Tenga un mínimo de respeto por haberle arrebatado su honra.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora