Parte 22: Portada de Barbones

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—Santo bendito, pero ¿Qué ha ocurrido?—la voz de Inés llegó hasta mis oídos como un balde de agua fría que calmó mis nervios.

—Carecemos de idea alguna.—respondió Julia que apretaba mi mano con fuerza.

—No conozco a ninguno.—quitó la vista de la escena y trajo sus pasos hacia nuestro lado.—Será mejor marcharnos.

—¿Marcharnos?—pregunté con la voz irregular ganándome una mirada extrañada por parte de Inés, tuvo que carraspear para intentar aliviar la tensión formada.

—Los guardias no tardarán en llegar y apresaran a todo aquel que para ellos entre en sospecha.—respondió mirando hacia los lados como en busca de solución alguna.—Eso, si no desaparecen los cuerpos.

—¿Desaparecer?—interrogó Julia con miedo.

—Lo que pasa en Cocharcas...

—Se queda en Cocharcas.—respondí recordando la primera vez que entré y tomaron aquello como una advertencia.

—Doña Eilan, pronto aclarará.—exhortó África alzando los brazos señalando enérgicamente el cielo.


¿Qué opción tenía?

¿Dejar el cuerpo del que fuere mi prometido tendido sobre la tierra? No, no.

¿Quedarme al lado del caído y revelar mi identidad ante la llegada de los guardias?  Sí, eso es lo correcto.



Sentí un apretón en mi brazo derecho y un fuerte tirón proveniente de Julia me sorprendió. Me arrastró tras unos maderos. Alzose el dedo hasta la altura de mi mentón y tomó aire.

—Ni lo piense.—dijo mientras apretaba los dientes.

—Julia, Mikelo era mi prometido.—pronuncié con incomodidad por el uso del pretérito.

—Su padre te culpará de su muerte.—afirmó con impaciencia.—Mikelo tenía amenazado a tu padre, ¿Crees que no será uno de los sospechosos?

—Mi padre no está aquí.

—Sabes cómo se manejan estos asuntos. Eres lista.

—¿Estás culpando a mi padre?

—Lo único que logras quedándote aquí es que se sospeche aún más de tu familia.—acercose hasta mí y sus manos viajaron hasta la altura de mis mejillas.—Si te quedas, se sabrá toda la verdad y esto llegará a oídos también de Alba.

—Julia...

—Vamonos, Natalia.—cogió mi mano y me arrastró con ella.—Es mejor pensar desde fuera que dentro de un calabozo... o un convento.

—Mi madre no lo permitiría.—azuce mi miedo hacia las decisiones de mis progenitores.

—Estabas obligada a casarte hasta hace menos de media hora.—Julia volvió la mirada hasta el trío de mujeres que dudosas callejeaban sus miradas por los alrededores.

—Pero eso n-

—En esta sociedad... O te casas o te mandan a un convento.—cortó molesta. Intentaba hacer que despertara de mi letargo. 

Mi cuerpo tembló levemente por la decisión que tomaría.

—Vamonos.


olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora