Parte 37: Hermandad

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Plazuela de San Francisco, inicios de abril de 1776

—Doña Natalia Lacunza Sanabdón Martínez del Monte Reche III de Navarra.

—¡¿Qué dices, orate?!

—¡Ni un abrazo me has dado!—quejose Julia cual cría destetada—. Lo que hace el amor cuando encalla en el puerto del corazón.—canturreó en plena calle.

—¡Será quejica!—sonreí, acogiendo su cuerpo en mi brazos, encallando su cabeza sobre mi pecho por la diferencia de alturas.

—No aparezco desde hace quince capítulos en tu historia de amor, y deberías agradecerme, que esos ojitos brillan debido a nuestra fuga a Cocharcas, ¡Qué poco valorada estoy!

—Miguel, ¿Qué ha comido esta mujer?—pregunté hacia mi compañero que reía de la escena dramática que había montado Julia.

—Pues, un poco abandonados... si que nos tienes.—emanó de sus labios un puchero gracioso.—Pero comprendo las cosas del amor, ¡no tengo ningún reproche!

—Lambiscón, al menos le acompañaste a la misión del tal "Conde de la Granja".—rió la de rizos castaños, produciendo que Miguel negara con rapidez.—Dime Natalia, ¿es tan guapo como dice aquí el Don "Cosas del amor"?

—¡FALACIAS! Hablen cartas y callen barbas, hubiese preferido caminar sobre clavos ardiendo.—defendiose a más no poder y volvimos a reír.

—¡Vaya par de amigos, os he llamado ahora, qué más da!

—¡Para acudir a un funeral!


Muy temprano, Alba me había despertado con caricias después de... "nuestra unión amatoria" como lo llamó entre sonrojos. El desayuno entre risas derivose hasta el tema de la reunión que tendría con Julia y Miguel, y mi decisión de contarles lo que transcurriose estos días que no habíamos podido vernos.

Mi pequeña cielo, tan noble, permitió que, si en caso lo requiriese, contara de manera resumida lo ocurrido con el cagalindes de Nicolás, sobretodo por el lazo que Julia poseía con él. Alba confiaba en Carlos, pero no estaba demás poner en sobreaviso a mi amiga.

"Veras como hablar con ellos, distraerá tu mente, cariño mío", fueron sus últimas palabras antes de que mis pasos, cruzaran la portada de salida y enrumbaran al encuentro con ellos.

Un Miguel, con una barba ciertamente recién cortada y con sus atuendos clásicos en tonalidades azules oscuros, esperaba impaciente frente a la plazuela cercana a la iglesia de San Francisco, donde enterrarían a Mikelo. Trastabillaba su pierna sobre el suelo empedrado y observaba calle abajo, la venida de Julia, quien no tardó en aparecer con un largo vestido negro, casi tan parecido al mío.

La sonrisa que dibujaron en el rostro al verme, fue una mezcla entre afecto y confianza con sendas gotas de "te hemos extrañado", al menos el de Julia, quien corrió hacia mi para tocarme el rostro con amor. Algo brusco, pero amor.

Este par, desde mi llegada hace diez años, eran casi como mis hermanos y agradecía tener tanta dicha, hoy por hoy.


—¡Son tantas cosas!—exclamó con gracia perezosa—. Y yo que pensaba que Inés quería algo más que tu amistad.

—¡Julia!—respondí con desagrado.—Lleva mi sangre.

—Tengo curiosidad de conocerla, Natalia.—opinó Miguel, sentado sobre una banqueta de madera.—Encima dices que es parecida a Elena.

—Siempre han dicho que Santiago y yo somos parecidos, Elena solía zafarse, pero Inés es... Ya te la presentaré si ella lo quiere.—contesté con emoción nerviosa.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora