Parte 3: Calle de Manita

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Calle de Manita, Noviembre de 1775


Doña Alba Reche, habiase pasado los días buscando a aquella prima con quien solía jugar desde muy crías y escribirse misivas desde su partida, pero de la cual no sabían nada los vecinos.

Levantose un día, ya empezado el onceavo mes del año y acudió hacia la Plaza de Armas en busca de los viejos de la ciudad. Ellos quizá podrían saber del paradero de su ansiada prima.

—Perdonad, vuestras mercedes.—llamó la joven a cuatro ancianos que hablaban sobre las últimas refacciones del Convento de Santo Domingo.

—Muchacha, ¿Qué te trae por aquí?.—preguntó uno de los octogenarios con una mirada gentil.

—Verá, he venido desde España en busca de un familiar, pero van pasando los días y no doy con paradero de dicha alma.—intentó demostrar su preocupación.

—Que aquí todos nos conocemos, denos el nombre y le ayudaremos.—habló otro hombre notando el nerviosismo de la joven.

—Mariquita Martínez.—mostró una de las últimas cartas con la rúbrica de la misma para constatar aquello y uno de los hombres abrió ampliamente los ojos.

—Niña, no la encontrarás en las calles.—explicó el anciano aún sin quitarse aquel asombro del rostro.

—¿Podría saber el porqué?.—interrogó la rubia ante la respuesta.—¿Es que le ha ocurrido algo?

—Unos años atrás, Mariquita Martinez conocida por su inclemente belleza y su mata de cabellos que casi tocaban el suelo, caminaba una noche de luna por el Puente, de pronto un hombre saltó sobre ella y en un periquete cortó su trenza, escapando.—suspiró el anciano negando pesadamente con la cabeza.

—La joven no soportó aquella injuria e internose en el Monasterio de Santa Rosita de Lima en la Calle de Manita.—siguió la explicación otro de los ancianos. Dando la información precisa que requería la joven.

—Se formó semejante barahúnda que hasta a Palacio llegó, hija.—aunose otro de los hombres asintiendo.—Ojalá des con ella, Dios mediante.


Agradeció la buena fe de aquellos ancianos y con una mezcla de extrañeza ante tal historia enrumbo hacia dicha calle, cuatro cuadras la separaban de su prima o eso esperaba. No tardó mucho en llegar y acercose a los claustros preguntando por ella. 

Quisieron negarle la entrada, afirmando que necesitaba un edicto firmado por el Arzobispado de Lima, ante esto viose forzada a tener que usar su título de noble, enseñando el escudo de su familia que portaba tallado en un anillo.

No tardaron mucho al notar el tipo de linaje de aquella rubia y su relación familiar con la tal Mariquita. Dieronle paso hacia la enfermería, donde su prima realizaba trabajos diarios.


—¿Alba?.—preguntose Mariquita, si no fuera porque la última llevaba los ojos verdes y lucía un color de piel un poco más moreno, pasarían como dos gotas de agua.

—¡Mariquita! Llevo ya unos días buscándola por toda La Ciudad de Los Reyes.—explicó la joven de cabellos color oro.

—¿Ha venido con el tío Miguel Ángel y la tía Rafaela? No esperaba vuestra llegada.—argumentó la prima de Alba sentándose lentamente frente a ella.

—No, he venido sola.—La muchacha no quería ahondar en contarle sus penas a su prima, pero requería de ayuda. Empezó a narrarle todo lo que había pasado y su repentina llegada al Perú.


—Pero niña, haber empezado por ahí.—explicó la mujer con el aún rastro de lágrimas tras la historia—. Tengo una casa heredada por mi padre en la calle de Mercaderes, posee la que fue una vieja pulpería. Mi vecina Maria, puede serte de utilidad.

—Mariquita, ¡Gracias!.—exclamó Alba con los ojos húmedos.— Me haré de trabajo y contribuiré por su ayuda cada mes.

—Aquí no lo necesito, mujer.—explicó mientras asentía—. Antes que pasen a dominios del Cabildo, ¡Aprovecharlo!

—¿Piensa quedarse?.—preguntó extrañada. Mariquita esbozó una pequeña sonrisa.

—Mi padre dejó a mi nombre mucha herencia, poseo dos solares más y una hacienda.—afirmó la mujer tímidamente—.  Me he acostumbrado a la vida aquí, no se está mal. Va a necesitarlo más que yo, pasaré aquella pequeña propiedad a su nombre.

—Dios le guarde, no sabía qué haría si no le encontraba pronto.-—soltó un leve suspiro y juntó sus manos.

—Alba, estoy agradecida de por fin conocerle en persona. Han sido muchos años escribiéndonos y lo que menos es obsequiarle aquello. Envíele saludos a María, será un buen apoyo, ya lo verá—le regaló la última sonrisa y despidieronse. Quedando pendiente el traspaso de aquel bien.


Alba no caía en su suerte. Había pasado los días durmiendo debajo de algunas techumbres o entre bancas de plazas, los últimos días había vuelto a ver a Joan y este le ofreció su casa a lo que ella declinó. El hombre en su desesperación de no dejarla a la deriva, le dió la idea de dormir dentro de su calesa. 

Aquello sí, no lo dudo.


Cayendo estaba la tarde cuando volvió hacia la pequeña morada de adobe de Joan y decidió pasar la última noche en dicha calesa. Mañana iría directamente al solar y buscaría a María, la vecina de su prima.

—Alba, buena' noche'.—saludó Famous cuando vio llegar a la pequeña mujer.

—¿Cómo está, Famous? Lo noto cansado.—quiso hacer conversación, durante esos días había hecho de buenas migas con aquel joven. Lo sentía transparente, muy distinto a aquellos nobles con los que era obligada a socializar en España.

—Po' bien, tre' viaje' no hemo' dao'. Al meno' llevaré un pan pa' lo' mío'.—contó el hombre sonriente. 

La verdad es que la situación del chico iba complicada. Joan, una tarde mientras esperaba que llegara algún navío y brindar sus servicios, oyó una puja. Famous estaba sobre unos tablones, encadenado siendo subastado. El chico no soportaba aquella injusticia con otros seres humanos solo por el color de su piel y cogió todo el dinero que había ganado aquel día acercándose al lugar. Ganó la puja y con ello ofreció a Famous trabajar con él.

Desde ese momento, habían pasado ya cinco largos años.

—¿Hoy se queda o irá hacia el Barrio de Cocharcas?.— interrogó la rubia.

—No. Hoy no subiré pa' 'llá. Don Joan dice que mañana tenemo' un servicio al alba, vea como uté.—sonrieron ante aquel símil del moreno.

—He dado con mi prima.—contó Alba, quien había puesto al día al muchacho de su percance. Tenía sueño, pero empezó a darle las buenas nuevas.


—¡Doña, una pulpería! Dormirá en buen colchón.—felicitó el hombre feliz ante la buena fortuna de aquella noble mujer.

—¡Ni yo me lo creo!.—contó Alba—. Necesitaré aprender dicho oficio entre otras cosas, Famous.

—Po' cuente conmigo pa' lo que quiera.—se ofreció el chico sin esperarlo—. El Seño' Joan visitará a su señora madre en la Ciudad de Jauja, uté me dirá.

—Se lo agradezco, necesito ponerme al corriente con todo ello.—dijo aliviada. Ya tenía a una persona más que podía socorrerle—. Será bien recompensado por aquella ayuda.

—No se preocupe, Doña.— dijo el moreno—. Uté me ha tratao' siempre con respeto, de menos es darle mi ayuda.

—Somos iguales, Famous.— acercose la mujer—. Sería un error mío no tratarle de igual.— sonrieron juntos asintiendo. El hombre agradecía tanto que aquella rubia no fuera mezquina como muchos blancos españoles o no lo tratara como un animal, como solían hacerlo con sus hermanos. 


E' una buena muje'. dijose y sonrió para sí.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora