La Pulpería de Doña Alba Reche, inicios de abril de 1776
—Quita esa angustia, echo de menos tu sonrisa. —cogió mis mejillas apartando conjeturas erróneas como quien espanta moscas de un plato de sopa y no pude más que abrazarme a su cuerpo buscando refugio.
—Las dudas me acribillan. —murmuré sobre la piel cálida de su cuello bajando las cortinas de mis párpados, intentando abstraerme en ella.
—Vamos paso a paso. —respondió acariciando mi espalda de inicio a fin, suave, sin contratiempos, libre. —Mañana tendrás a Mikelo con su padre y será un nuevo día. No te atosigues.
—Mh... sí. —suspiré, encallando un pequeño ósculo tras su oreja derecha. —Revisaré cada punto de lo que reste mañana, pero me es esquivo no sobre pensar las cosas.
Alejo su cuerpo volviendo a acunar mis mejillas y me besó, bien dicen que la felicidad no da treguas y lo empezaba a corroborar. Aún en un pozo oscuro de incertidumbres y torturas, ella podía adentrarse con su luz.
En el medio de su habitación plantadas, mostrábamos nuestros afectos en el vaivén de nuestras lenguas, reducimos el espacio de nuestros cuerpos al mínimo consiguiendo que ni una hoja de espada pudiera penetrar entre ellos.
Mi empeño ganó el equilibrio de la más pequeña y recalcitró lento hasta acariciar sus gemelos con uno de los parantes horizontales del tálamo. El ritmo lento de la danza de nuestros labios asimilose al movimiento de las nubes en otoño, y sólo intensificando al cerrar nuestras fauces para arremeternos nuevamente. El aire se hacía denso e irrespirable, siendo lo único digno de entrar a mis pulmones, el aroma que ella emitía.
Caí en cuenta que habíamos terminado sentadas sobre su lecho y ella asía mi cuello clavando levemente las yemas de sus pequeños dedos, forjando un dolor extrañamente sublime y que aliviaba la presión ejercida mas al sur de mi vientre.
¿Qué eran estas sensaciones?
Tras un golpazo de respiraciones convulsivas, tomé sus caderas con mucha más fuerza, apretando mis flacuchos dedos y liberando mi pulgar para dibujar círculos sobre su vestido. La oí tragar con fuerza y su pecho se llenó de mí.
¡Santísima Virgen! Quizás esto era... Acaso empezábamos a ser partícipes de... No, no... tenía que parar.
O no...
¡Quita, quita... estos pensamientos impuros, Señor!
—Cre-cre-creo que a-aún tenemos algunas cosas por explicar. —agitada y con un revuelo en el techo de mi cuerpo, escape a una corta distancia de sus labios, sintiendo frío en los míos.
—Va sobre su alma el pecado en que yo incurra. —mantenía los ojos cerrados con una sonrisa, no pude resistirme y volví a colmarla de mí.
—No me diga el pecado aún...
—No está aún preparada para saberlo. —acercose cual animal viendo a su presa y aprensó con sus dientes mis labios con sutileza. Reacción tardía la mía al dejarme con ojos perplejos que fue despierta tras llegar a mis oídos sus risas.
—Alba...
—Lo dicho. —levantose para abrir las ventanas que nos guarecían y pude observar el sol penetrar rapaz, pintando de vida aquel blanco ambiente y dejando huir mis calores. —Pues bien, quisiera empezar si te apetece.
—Asalta la fortaleza si ya estás en ello, reza un dicho. —expliqué tomando su mano al verla regresar a su lugar junto a mí. Invitando a que empezara cuando le pareciese.
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olvídate de mí
Tiểu thuyết Lịch sử1775. En el primer navío de la mañana que zarpó de Cádiz para el Callao vínose Alba Martínez del Monte Reche, hija primera del Conde de Elche, escapando de su infortunio y la necedad de su progenitor.