Parte 29: Solar del Conde de la Granja

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Solar del Conde de la Granja, inicios de abril de 1776 

Decepcionada.

Esa era la mejor palabra para definir mi sentir presente.

Era viernes santo y según las costumbres, no era momento de celebración, pero aquí estaba, junto a una panda de hombres jactanciosos que albergaban más codicia que buenas intenciones en los bolsillos de sus pantalones.

Pasadas las cinco bajo el atardecer del aún verano, se daría la bienvenida al extraño Conde de la Granja, ¿Dónde quedaba la granja? Poca idea tenía. La invitación había llegado a mi madre con unos días de anticipación y, ante la excusa de la necesidad de una leve distracción tras el desafortunado deceso de mi prometido, me presenté a nombre de la familia.

Envainada en un traje negro sin lujo ni magnificencia más que el incómodo aguijón en el jubón, de joyas lo justo y con guantes largos del mismo color (que obligada por protocolo a no tener contacto por nadie, debía llevar), realizaba mi entrada del brazo de Miguel.

Las típicas reverencias al instante no se hicieron esperar, transité por el largo zaguán hacia el primer patio interior, recargado de ornamentaciones y esculturas en mármol. Mucho para mostrar.. 


—¿Tiene alguna idea de quién es?

—Jamás había oído de tal conde—contesté mientras surcamos la primera galería techada y añadí—: Marilia refiriose a él como alguien de moral dudosa... Quien consiguió el título hace poco a base de ciertas artimañas truchas.

—No me imagino cómo, pero ¿qué debe averiguar?

—Según el mensaje, debo acceder a su biblioteca.—bajé el tono de mi voz debido al paso cercano de uno de los criados, quién bandeja en vano, nos esperaba a las puertas de la gran sala para ofrecernos copas de vino—. Dentro hay una mesa blanca con una cajonería roja, en ella hay unos folios dentro de una encuadernación de cuero.

—¿A quién se lo entregará?—hizo un ademán de agradecimiento al criado, al momento que este se retiró.

—Debo dejarla tras mi calesa, uno de los cocheros estará a la espera—volví a beber observando hacia los lados, tras un suspiro continué—: Terminado esto, nos vamos.

—Sabe de mi alta estima hacia vuestra merced, pero ¿qué papel juego yo?

—Miguel, amigo mío, necesito que me de aviso si alguien quisiera acceder a la biblioteca mientras busco aquello.

—Vamos, su campana...

—En términos coloquiales, sí.

—Sabe lo mucho que detesto salir en estos días, la cucufatería está a flor de piel—emitió con una mueca de fastidio.—Julia resultaría más util a ojos del tal Conde...

—Ya verá que no.—sonreí.

—¿A qué se refi-

—Futura marquesa de Navarra.—la voz impostada de un hombre flacucho con cabellos revueltos cafés y de altura parecida a la mía, hacía entrada a mi espacio vital ejerciendo una reverencia y tomando mi mano para besarla. Felizmente las tengo enguantadas —¡Qué honor el mío al tener su hermosa y refinada presencia en este humilde solar!

Palabrero...

—Conde de la Gran-

—Paul, por favor.—interrumpió mis palabras—. Perdonará que la corte, pero su merced puede llamarme así. Quisiera también darle mis condolencias por la súbita muerte de Mikelo, era un gran hombre con mucha visión de futuro.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora