Parte 25: Su morena

887 90 12
                                    

El solar de Doña Alba Reche, finales de marzo de 1776

Pose la mirada sobre una amplia habitación en el segundo nivel del solar, de anchos muros blancos y un pequeño recibidor con muebles bajos de madera blanca forrado en terciopelo azul. Separado por una celosía de madera, podía divisar la zona privada de este, donde anchos ventanales con miras hacia la calle de mercaderes y el jardín interior iluminaban la estancia a cada lado, una enorme cama al medio de la habitación con pulcras sábanas blancas y una serie de libros sobre la curiosa mesa de noche la adornaba. Frente a esta y sin esperármelo, un lienzo reposaba sobre un bastidor... era la imagen de Alba, quizás de unos cinco años acobijada en unos brazos sin rostro. El piso de madera blanca a juego con los muebles recibía sobre el a una enorme alfombra azul con trazos rosas, sonreí por lo belicoso que era conocido este color.

Los cantares de algunas aves posadas sobre las ramas de los árboles cercanos despertaron del ensueño a mi leve inspección ocular.


—Perdonara que prefiera conversar en mi habitación, pero es la más alejada y tendremos privacidad. —rompió el silencio con aquella voz aterciopelada, rasgando mis nervios y atorando en mi garganta un leve suspiro.

—No se preocupe. —solté con una voz extraña, carraspeando para darle la forma habitual y proseguir. —A donde vuestra merced me indique, acudiré.

Armada en valor y vistiendo mi mejor armadura, salté al campo. Un leve sonrojo tiñó sus mejillas y bajó la mirada. Ojalá los momentos pudieran capturarse y acobijarlos por la eternidad, no dudaría en apostar por este.

—Por favor, acompáñeme. —hizo una mueca para que me sentara a su lado en el mueble colocado al pie de la cama.

—Veo que estuvo pintando. —indiqué con la mirada hacia la dirección del lienzo. Al lado de este, una pequeña mesa estaba abarrotada de mezclas de pinturas, brochas y pinceles.

—Es bueno distraer la mente.

—Si en algo puedo ayudar, no dude en decírmelo —prisa faltose a mi interior para ofrecerse. Clavó un vistazo sobre mis ojos oscuros regalándome una sonrisa dulce. Entrelacé mis manos con suavidad dejándolas caer sobre mi regazo.

—Ayudar...—soltó con delicadeza descansando su mano izquierda sobre la base de su abdomen. —¿Cree que pueda ayudarme? —me miró de manera cálida compadeciendo acaso mi manía de embelesarme con aquel par de pozos de miel.

—Por supuesto. —respondí con mucho brío. Ella adelantose a mis pensamientos y estiró su mano libre sobre mis manos entrelazadas. Cual chispa en hoguera, algo invadió mi cuerpo de pies a cabeza.


Este era el momento. Nuestra conversación pendiente. 

Tenía que ser delicada y exponer cada uno de mis sentimientos sin invadir los suyos. Con calma.


—¿Me dirá por gracia que significa el estremecimiento en mis piernas por sentir su cercanía? —Clara, directa y sin vacilaciones. Alborotáronse mis sentimientos como gallinas detrás del maíz.

¡Picara asesina de mis incertidumbres!

—Queda pues, sobrentendido lo mutuo de nuestras sensaciones corpóreas. —pude reencaminar mis bases y me animé a acariciar levemente con el dedo pulgar la piel de su mano. —He tenido mil dudas respecto a esto, no quisiera mentirle.

—Ahora es tiempo, puede correr. Doy por sentado que los galgos no la pillaran. —respondió con parsimonia mirando hacia la ventana.

—He tenido turno ya de reflexionar y, aunque es incierto el destino...—sentí que giró levemente más hacia mí, prestando atención a mis próximas palabras. —La vida me sería menos dulce sin vuestra merced.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora