Días después...
—Mi amor.—la voz, los ojos, los labios, los abrazos, la presencia, el afecto de Alba...
Era lo mejor para instaurar en mi interior la venda que necesitaba rodear mi corazón, ese órgano vital donde suelen proclamar que están los sentimientos, ese trozo de músculo del tamaño del puño de mi mano que bombeaba con rapidez al saberle cerca, el candor de un cuerpo que amaba.
Que salvaba...
Sus brazos rodearon mi cintura, pegándose a mi pecho, besando mis clavículas con morosidad y expresando que estaba para mí. Acariciaba su pequeña espalda, arrastrando mis labios por sus sienes, sintiendo paz.
Tenía el universo entero recostado sobre mí. Un universo de ojos miel, cabellos rubios como los rayos del sol y la piel nívea como la escasa nieve que nunca solía caer en estas tierras.
—¿Cómo puedes transmitir tanto oxígeno a este moribundo cuerpo?
—Quita esa palabra de tu vocabulario, cariño.—cogió con sus candorosas manos mis mejillas y con ligereza estrelló un suave beso sobre mis labios resecos.
Como el río llegando al mar, perdiéndose...
—Verte es un bálsamo para mis ojos, cielo mío.—aclamé sin abrir aún la vista y disfrutando de su esencia.
La contuve el tiempo necesario para hacerme aún más valiente, ella era alimento que fortalecía, aún cuando el ocaso manchara con su caída mi vida, su claridad me guiaría.
Mi vida, mi amor, mi cielo, mi Alba...
—Tus dulces ojitos del color más hermoso que he contemplado.—sonrió, besando cada uno.— ¿Quieres entrar? Inés está esperando.
Asentí, despojando de ella, un nuevo ósculo.
Porque Alba salvaba.
Entramos hacia el salón, donde como bien nombró, Inés esperaba impaciente. El movimiento de una de sus piernas sobre el suelo lustroso y la mirada perdida, alertaba su preocupación.
—Natalia.—parose de su asiento apenas viose mi figura entrar por la puerta y corrió para acercarse a mí, dudando de si abrazame o no, a lo que eché mano, abriendo los brazos y recibiendole.— ¿Cómo se siente?
—Desencantada sería el mejor término.—arrojé en un suspiro desairado.
—Y, ¿Santiago? ¿Elena?—interrogó, observando como su rostro dibujaba tristeza frente a mi actitud.
—Santiago, colérico; Elena, taciturna y mi madre, más entera que el primer día.—respondí, sentando mis posaderas sobre uno de los muebles, y viendo como Alba servía una taza de té para ofrecer calidez con cuidado.
—En un santiamén, espero se difumine.—mantuvo confusa.
—Veo que ronda algo en lo intrínseco de tu mente, ¿quieres saber su estado?—tenté, bebiendo del líquido caliente, aguantando el ardor en la garganta.
—Siendo sincera, nunca me ha importado, pero...—encogió los hombros con una mueca en sus labios, dándome paso a contar la situación.
—Está postrado en su lecho, no es capaz ni de mover un dedo.—mordí mis labios y Alba tomó mis manos, dejando sendas caricias.— Los médicos indican que no mejorará, pasará lo que le resta de vida así, son comunes estos daños en batallas, prefiriendo los soldados morir que ser una carga para sus familias.
—Imagino que cree que es temporal.
—La terquedad y el orgullo son parte de él.
—¿Quién está al tanto de su cuidado?—consultó Alba, apegandose aún más a mí.
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olvídate de mí
Historical Fiction1775. En el primer navío de la mañana que zarpó de Cádiz para el Callao vínose Alba Martínez del Monte Reche, hija primera del Conde de Elche, escapando de su infortunio y la necedad de su progenitor.