Parte 31: Las cuentas claras y el chocolate espeso

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La Pulpería de Doña Alba Reche, inicios de abril de 1776 

—Empiezo a creer que cada vez que bebemos chocolate, viene una charla cruda y reveladora—deduje ante el rostro impavido de María.

—Su merced sabe el aprecio que le tengo...

—No maree la perdiz, María.—di un sorbo largo de aquel líquido espeso—. Entre más rápido lo diga, menos peso cargará, ¿Ocurrió algo?

—Su padre es de Elche...—preguntó generando en mí, una cara de extrañeza.

—Sí, pero ¿Qué tiene que ver con Natalia?

—Su madre de Sevilla...

—Sí—volví con la afirmación, fijando la mirada en ella e intentando buscar algún ápice de camino que diera a entender lo que buscaba—. Me está asustando...

—Rafaela...

Sin espera alguna levanté mi cuerpo sin finura, apoyando mis extremidades superiores sobre la mesa de caoba, logrando hacer caer la silla donde que ocupaba. Tragué la bola de incredulidad atorada tras oír el nombre de mi madre y el temblor en mis piernas revoleo sin asco.

—Su madre está en Lima.—soltó insegura, aquello que había intentado callar los últimos dos días tras verla en el Portal de Botoneros era materializado por sus palabras—. Y su padre, Don Miguel también.

Oí el sonido de mis rodillas impactando sobre el frío suelo, las manos de María acogiendo mi cuerpo en sus brazos y un leve pitido en los tímpanos instaurose en mí. Marilia me había puesto en alerta que ellos estaban próximos a llegar, pero el sentimiento aún no era procesado del todo.

Podía manejar la venida de mi madre, pero la presencia de mi padre solo desembocaba en una sola cosa... Él  había puesto al tanto a Nicolás.

De alguna manera habiase hecho con información referente a mi paradero, sin escrúpulos y cegado a mi bien, era una traición por parte de él. Lo sentía así.

Me arrastrarían con ellos a Elche.

Negué con furia, una y otra vez, mis lágrimas mancharon los delgados brazos de mi compañera y rompí en un llanto desesperado y doloroso.

—No... No... No saben que está aquí.—mi nerviosa amiga apretaba mi pecho al suyo, pretendiendo que no cayera mi alma en trozos. Seguí negando sin poder cristalizar verdad alguna.

—Están hospedados en el solar de Natalia, la marquesa es amiga cercana y de años de Doña Rafaela.—siguió hablando con delicadeza y noté que los vestidos me asfixiaban de manera lenta. ¿Doña María Sanabdón sabía de las intenciones de mis padres hacia conmigo? ¿Era entendida en el tema ocurrido de mi huida? ¿Avalaba semejante atropello a mi dignidad? —. Tiene dicho que su merced se encuentra en España, visitando a la familia de su prometido.

Mi prometido...

El simple hecho de escuchar aquello, provocó arcadas en mí. Arrastré mi cuerpo hacia la salida exterior de la cocina, que conectaba a un pequeño patio de lavado y sin poder contenerlo, expulsé el pesar adquirido gracias a aquel apelativo.

Las manos de María cogiendo mis cabellos y retirando el vuelo de mis vestidos hacia atrás, ayudaron a que estos no se tiñeran con lo que mi cuerpo desterraba de sí.

Volví a llorar, llevando las manos hacia mi rostro y sobando el mismo con desesperación. Con los ojos fuera de sus órbitas y el cabello erizado por el impulso, paré por el lapso de un par de respiros, inspiré todo lo que daba en mi pulmones y grité... Grité hasta que sentí mi garganta seca, hasta saborear el metálico sabor de la sangre, hasta no dar más.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora