Parte 48: Final (Parte II)

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El olor a pólvora seguida de dos estruendos paró el paso veloz de los caballos, teniendo a Natalia con el alma en la boca, un chispazo frío marcó su espina dorsal y perdiose su mirada sobre el frente.

Los olivos alzados por el camino, entorpecían su visión, no fue hasta que oyose la voz nuevamente de Miguel, que pudo volver a sentir la presión de la sangre, agolpando sus venas, sintiéndose de vuelta para salir a todo galope en aquella dirección.

La desesperación acumulada en sus hombros le pesaban, la angustia de verse sobrepasada por el desconocimiento de la situación empezaba a ahogarle.

—Alba.—repetía sin razón, rasgandose con las uñas, las palmas de las manos por el duro apretar de las riendas.—Pero, qu-

No pudo terminar las palabras.

Sobre el cruce del camino nuevo y antiguo hacia el puerto del Callao, Nicolás permanecía montado sobre su caballo negro, vestido con una larga capa oscura que tapaba su cabeza, pero dejabase al aire aquel rostro que la morena aborrecía.

El hermano mayor de los Derecho apuntaba hacia la calesa que, atascada sobre una acequia cercana, había perdido movilidad.

—¡Eh!—gritó Famous, con la voz grave, para luego disparar su trabuco en un salto ágil.

Pasaron los hechos tan raudos que apenas tuvo tiempo de pestañear, para ver caer a aquel hombre del animal, impactado por la astucia del moreno.

—¡Miguel Ángel!—oyose también un grito desesperado.

Poco importose a Natalia ser víctima de algún otro malandrín que acompañara a Nicolás y bajó de su caballo para correr hacia la calesa despotricada.

Alejó la puerta que bloqueada, negabase a destrabar, dio una soberana patada para haceder el pestillo y acceder al carruaje encontrando una escena que distaba a la que pensaba. Expulsó el aire contenido, notando que su Alba permanecía en cuclillas, sosteniendo sus manos a la altura del pecho de su progenitor.

La morena contuvo las palabras al ver el pequeño charco que había coloreado las ropas del Conde, la rubia taponeaba el origen con esmero, con la respiración desbocada y el entrecejo hecho uno.

Natalia paseó la mirada, siendo consciente que solo había atisbado atención en aquella mujer, y encontrose a Doña Rafaela, negando con resginación mientras tomaba la mano de su marido.

Pero, cuando el recorrido de su vista iba a proseguir, tomose por sorpresa ver saltar a Carlos por su flanco derecho, para correr en busca de su hermano que yacía tendido sobre la tierra infértil del camino.

—¡Hermano!—gritó el castaño, agitado por el pique trazado.

El mayor, enlucido en su propia sangre, viose el desespero en los ojos del menor de los Derecho y soltó una sonrisa retorcida para luego negar. El joven muchacho ancló sus brazos bajo la espalda de Nicolás y lo acunó en su pecho, soltando lágrimas sin explicación.

 La escena plantabase sobre los ojos de la morena como siniestra, aquello dos hombres, aquellos dos hermanos, aquellos dos seres, en distinta magnitud habían arremetido sobre el amor de su vida. 

Los actos narrados por Alba, taladraron sus sienes, el engaño y abuso de Nicolás, la obsesión y embuste de Carlos, habían sometido a la pequeña rubia a una infinidad de lágrimas y desaciertos.

Jamás había sentido en sus adentros tanta rabia, empezose a amurallar sobre sus venas las llamaradas de furia y sintiose en sus manos, el deseo de aplicar justicia.

Llevó su mano derecha hacia el cinturón de cuero que portaba y sacó su daga, estaba dispuesta a hundirla en cada uno de sus corazones, pero antes de dar siquiera un paso, la voz del mayor erigiose en el silencio.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora