Lima, finales de marzo de 1776—¿Quién lo asesinó? —preguntó por enésima vez sin caer en cuenta que no tenía idea de quien había cometido tal delito. Le miré agobiada y apretando mi mano derecha en toda la extensión de mi rostro. Respire pesadamente.
—Salí del galpón con toda la muchedumbre y su cuerpo yacía sin vida al frente de nuestras narices.
—Si todo esto paso la madrugada del domingo, ¿Por qué no llegó el sábado por la mañana para conocer a los amigos de Doña María?
—Según Don Juan De La Cruz y Campo, entraron a lo largo de la madrugada unos rebeldes a usar sus imprentas. Mikelo indignado quiso ir tras el rastro. —relaté lo que sabía. —Él nunca ha estado a favor de la liberación de los oprimidos, a pesar de su condición de criollo.
—¿Cree que "los rebeldes" son los responsables de su muerte? Es decir, los pudo encontrar o descubrir donde guardan sus reservas.
—No sé que pensar, sería un error garrafal por parte de ellos haber tomado esa decisión. —abrí mis piernas y apoyé mi codo izquierdo sobre uno de mis muslos. —Predicas igualdad y libertad, pero matas a uno que pertenece al tipo de casta que quieres independizar.
—Y, ¿si no fueron ellos los responsables?
—No tengo idea de que pudiera ser verdad, se lo que le acabo de contar y eso me lleva a repensar cada cosa.
—Si su padre lleva desde el sábado en la tarde sin verlo, a hoy lunes, acudirá al cabildo para encontrar respuestas.
—Eso lo tengo claro, más aún si no ha encontrado el cuerpo.
—Pero...—dudó con cierta mueca de asco y desazón. —¿Acaso no sigue cerca del galpón?
—Me es claro que nunca ha posado dedo alguno fuera de las murallas.
—No he sido invitado a esa clase de reuniones. —alzose los dedos en un intento de resaltar la última palabra. —Si pudiera ilustrarme, lo agradecería.
—En la parte alta de la ciudad, se encuentra el barrio de Cocharcas como tal. —resumí para su entendimiento. —Pero existe un camino que cruza la portada del mismo nombre que lleva hacia una especie de extensión del barrio, ahí se encuentra el galpón.
—Es en esa extensión donde ocurrió tal hecho, asumo. —afirmó el castaño mirándome con ímpetu.
—Sí. —asentí trayendo el recuerdo una vez más a mi mente. —Los guardias suelen hacer una ronda por la mañana, obligando a todo el que encuentre a ir a trabajar.
—Si lo guardias no encontraron el cuerpo es porque lo han ocultado.
—O lo han desaparecido, que es lo que me temo. —tragué saliva con cierto miedo en la mirada. —Lo que pasa ahí, se queda ahí. Nadie dirá nada.
—Puede que nunca lo encuentren...
Suspiré tras oír aquello y volviose el agobio a invadirme. Impulsé mi cuerpo que reposaba sobre un canapé de madera tallada para recorrer el perímetro de la habitación donde nos encontrábamos.
—Si son tan cerrados como dice, no podremos saber la realidad después que huyeron de ahí.
—La única que podría darme alguna referencia es Alba.
—¿Alba? —frunció el ceño y arqueó las cejas cambiando su rostro a uno que poco me gustó por su tono pícaro. — ¿Su Alba? —lancé un golpe a su brazo y rechisté.
—Deja la literatura romántica y céntrate. —contesté mientras me colocaba a su lado.
—¿En qué podría ayudarle Alba? —acomodose no quitando vista alguna de mis movimientos, desplegando una sonrisa.
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olvídate de mí
Historical Fiction1775. En el primer navío de la mañana que zarpó de Cádiz para el Callao vínose Alba Martínez del Monte Reche, hija primera del Conde de Elche, escapando de su infortunio y la necedad de su progenitor.