Parte 46: Dos días

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Lima, mediados de mayo de 1776

—Bien, muchacho, ¿todo en orden?—azuzó con seriedad Don Miguel Ángel, marcandose una vena sobre su frente, causando que Carlos tragara en seco.

—S-Sí, Conde.—asintió con rapidez.—He roto todo compromiso hecho en la ciudad, soy hombre libre para sus designios.

—Perfecto, y dime, ¿Dónde tienes a Nicolás?—preguntó, apretando los dientes.—Tengo un par de asuntos por aclarar.

—Resp-pecto a él...

—Veo duda en tu respuesta, ¿No diste con su paradero?—exhaló con desgana, viendo hacia los lados con impaciencia.

—Señor, no han cesado en la búsqueda, a nuestro regreso lo tendrá arrodillado ante vuestra merced, puedo jurarlo.—golpeose el pecho con furia tres veces y alzó el puño hacia el cielo.

—Tu viejo y querido padre solía juramentar de esa manera.—evocó los pensamientos a sus años de juventud, rememorando las travesías vividas junto al progenitor de Carlos.

—De él aprendí a serle fiel, señor.—amañó un leve abrazo que contuvo con perspicacia.

—Venga ese abrazo, hijo.—señaló el Conde de Elche, quien cayó en las redes del muchacho sin objetar.—¡Qué pronto serás parte de mi familia!

—Perdone la emoción.—alejose tras reverenciarle.—Dispense mi comportamiento antinatural, pero mi padre fue lo más grande en mi vida y hoy gracias a vuestra merced, podré darle esta alegría.

—Comprendo que te emocione hablar de él, como vuestros apellidos, era un hombre hecho y derecho.—colmó de piropos.—Con respecto a Nicolás, pagará el haber secuestrado a mi hija para sus bajezas, quise obviar las habladurías, pensar que solo hacía uso de rameras como cualquier varón, pero ver sus faltas ante mis ojos y desdeñando a mi primogénita, es despreciable.

—Desde hace unos días quería expresar mis disculpas.—comenzó el mozuelo, rascando su corta barba.—Fui engañado por él, pensé que solo pretendía conversar con ella y amañé un reencuentro que pensé sano, pongo mi cabeza a cambio de la suya, en honor a mi apellido.

Arrodillose, clavando la vista sobre el suelo, sabiéndose ganador de la buena fe del viejo Miguel Ángel.

—Sé de tus buenas intenciones, hasta yo hubiese dado permiso a verse sin desconfiar de él, pero dejemos el tema. Vayamos a mi solar, empieza a caer el frío en la Plaza Mayor.—sobó de manera lenta las palmas de sus manos y sopló dentro de ellas.

—Por supuesto, lo que vuestra merced requiera.



§



—¿Julia?—preguntó, viendo como acercabase a ella con rapidez y extendió los brazos por instinto para poder acogerle.—¿Dime el porqué de tus lágrimas?

—Se va mañana, Natalia.—escondió la cabeza en el pecho de la morena.— Esto no hace más que afirmar tus sospechas.

La futura heredera del marquesado apretó la espalda de su compañera con cuidado, resguardandole de todo miedo y dolor al que había sucumbido, mientras la mirada de Santiago negaba con melancolía.

—Era cuestión de tiempo.—susurró, sabiendose consciente del suceso.—Ayer por la noche pude enterarme de la noticia de la boca de Doña Rafaela.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora