Solar de la Marquesa, mediados de abril de 1776
—Si por mi fuere, la horca le esperaría a mitad de la Plaza Mayor.—afianzó el agarre en sus vestidos y salió vaporosa, dejándonos a todos absortos.
Principiemos por el principio, vuestras mercedes...
Tocaba el amanecer a la ciudad, cuando traspasaba la puerta de mi alcoba, yendo directa a mi lecho y afianzando la integridad de mi cuerpo sobre la suave espuma.
Larga noche me había caído después de lo bien que había ocurrido mi momento con el laúd...
Cerré los ojos esperando recobrar fuerzas para la charla que tendría por delante, y que marcaría el futuro de nuestra unidad familiar. No fue hasta tres horas pasadas que el sonido de la madera, despertó mis sentidos, sintiendo mi cuerpo retraído por la incómoda posición adoptada y encontrando a una Elena perezosa, que con un gesto me instaba a desayunar.
Era pues, la hora de la verdad, teniendo en cuenta la salida temprana de mi padre de nuestro solar, poco amplié el tiempo en decidir hablar con mi madre. Aposentados en el salón principal, revelaba con cada punto y coma la historia que había, lamentablemente, descubierto.
Las lágrimas oscurecieron nuestros rostros, empañando los cuatro pares de ojos chocolates, dando un flechazo a nuestros corazones y creando sensaciones distintas a las acostumbradas.
—Quisiera preguntaros si habéis tomado una decisión sobre cómo reaccionar frente a vuestro padre.—indagó con delicadeza mi madre, sabiendo como halar los hilos para tener la mejor respuesta por parte de nosotros.
—No lo quiero cerca.—anunció Elena, limpiando sus lágrimas con un pequeño pañuelo de seda rosa.—Se que suena rencoroso, pero ¿qué podría aprender de un hombre que no respeta ni a su propia familia?
—Sabe que siempre he tenido como ejemplo a mi padre, le he admirado y defendido cuando la ocasión lo ha solicitado, pero no puedo pasar por alto tanta atrocidad junta.—contestó Santiago de manera fría, fuera del que solía ser.— No soy quien para juzgarle, pero espero que pague por cada mal causado.
Vi como sus vistas posabanse sobre mí, esperando palabra alguna de mis fauces y suspiré, teniendo clara mi posición.
—Estoy dispuesta a respaldar su decisión, madre.—empecé de manera sosegada, ganándome la mirada dulce de mi progenitora.— Pero si aún así, requiere de una respuesta concreta por mi parte, alguien que traiciona a su sangre, no merece ni la más mínima consideración.
—Vuestro padre nunca fue un santo, pero he de admitir que me sorprende en demasía ciertos aspectos.
—Madre, no ha sido fácil...—hablé nerviosa.
—Hija, comprendo tus temores, suponía la existencia de algún contratiempo que apremiaba a tu aislamiento forzoso, siendo tú, tan propia de nosotros.—respondió con benevolencia.—A cualquiera de mis niños, le hubiese dado el tiempo debido para hallarse.
—Demás está decir esto, pero quiero que sepa que si en algún momento las fuerzas le faltasen para afrontar este juicio, nos tiene como pilares, no dudaremos en sostenerle.—suavizó Santiago sus gestos, refiriéndose hacia nuestra madre con protección.
—Agradezco a Dios, haberme concedido a tres hijos tan prudentes, respetuosos y generosos como vosotros, con bases tan duras en justicia y entereza moral.—suspiró cogiendo las manos de Santiago y Elena, sin soltar sus ojos de los míos.— Estoy orgullosa, realmente...
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olvídate de mí
Historical Fiction1775. En el primer navío de la mañana que zarpó de Cádiz para el Callao vínose Alba Martínez del Monte Reche, hija primera del Conde de Elche, escapando de su infortunio y la necedad de su progenitor.