Parte 42: ¿Depredador?

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Sentía los ojos pesados, como si cargaranse sobre los párpados, los bastiones de las murallas de la ciudad. Mis fosas nasales habianse llenado del olor a heno que irradiaba mi alrededor, y mis oídos a lo lejos, eran envueltos por el relinchar de unos caballos.

¿Qu-Qué...

La cabeza me daba vueltas como ruedas de calesa en plena carrera, mientras una tela tapaba mi vista, imposibilitando el poder reconocer lo que rodeaba mis lados. Sacudí mi adolorida figura, intentando liberarme, pero mis manos permanecían atadas a un grueso madero que rasgaba las vértebras de mi espalda con unos clavos mal dados.

¿Dónde demonios estaba?


—¡Por fin despierta el venadito!

E-Esa voz.

Ese su-sucio apelativo.

Mi cuerpo erizose de solo invadir sobre mis oídos aquel ronco sonido que derramaba sobre mí, improperios. Secose mi garganta, rasgando mis cuerdas, hiriéndome con las palabras que tenía en trifulca tras quedarse a medio camino, tragaba intentando que mi propia saliva bañara el trago amargo, pero sentía ahogarme con cada tanteo.

—¿Acaso te comieron la lengua en esta inmunda ciudad?

Volvió al ataque, azotando mis adentros con una nauseabunda carcajada.

Mi respiración empezose a descomponer por armar el rompecabezas de hechos.

Percibí sus pasos ir y venir, inhalando de mis fosas nasales borbotones de agobio.

—El depredador siempre termina capturando a su presa.—hallé una caricia envenenando mi barbilla.— Es común en el reino animal, y no podía ser menos en este caso, siendo los humanos mucho más inteligentes que las bestias.

Alejé todo lo que pude mi rostro, asqueada por el roce.

Volviose la desesperación a teñir desde la punta de mis pies e intentaba luchar contra ella.

Mis pesadillas cumplianse sin poder hacer nada.

—Veo que han acrecentado ciertas partes de tu cuerpo.—sacudió sus callosas manos por mis muslos, y zarandeé mis piernas lejos de él.

—¡Quita tus repugnantes manos de mí!—demandé, como si tuviese ventaja de la situación. Pidiendo por gracia divina, desanudar lo que me anclaba a la inmovilidad.

—No estás en la mejor posición para exigir, colabora un poco.—volvió a reír, sintiendo sobre mi oído derecho sus zancadas.—Al final te gustará.

Avizoré arcadas subir desde mi interior.

Quería abandonar este sitio.

¿En qué momento había dejado mi solar? ¿Qué ocurría? ¿Dónde estaban aposentados los guardias que vigilaban mi seguridad? ¿Qué había pasado con Inés?

Un metal frío recorrió mi mandíbula con suavidad y cerré los ojos con miedo, sin hacer diferencia en mi condición.

—Vas a pagar por esto.—me entorné en valentía y blandí mi entereza para amenazarle.

—Y, exactamente ¿Cómo harás aquello? ¿Tu viejo padre vendrá a rescatar a su cría engreída?—su aliento vomitivo impregnó mi rostro.

—No necesito quien me rescate, mis propias manos acabarán contigo.—sacudí mi torso con violencia.

—Tengo otros planes para tus manos, venadito.

Aquel frío instrumento, resultó ser una daga, que no tardó en rasgar mis vestidos sin pudor alguno, engendrando de su repulsivo ser un largo suspiro satisfactorio.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora