Parte 16: Calle del huevo

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Lima, mediados de febrero de 1776


—¡Dichosos aquellos ojos que pudieran ver lo que veo yo! Buenas tardes, Doña Alba.

—Don Mikel, buen día.

La de cabellos dorados iba calle abajo para su acostumbrado encuentro con la futura marquesa de Navarra, pero entre el griterío de la muchedumbre que abarrotaba la plaza y el sonido de las calesas, una voz cortó su andar.

—Siendo la ciudad tan pequeña no encuentro por qué a no haberme topado con vuestra merced antes.

—No suelo expender mi tiempo en otras actividades que no sean meramente referidas a la pulpería.

—Me alegra ver la fuerza en estas nuevas generaciones.

Alba vio el rostro del hombre nuevamente y trajo consigo que intentara buscarle la referencia que sabiase que tenía almacenada en ella, pero no hallaba referencia ni respuesta.

—Padre, mandarán dos caballos esta tar- ¡Oh, perdonad! Buenas tardes a vuestra merced.


¡Natalia!

Bueno, no. A ver...


Un muchacho de estatura alta, sonrisa bobalicona y cabellos muy cortos se había acercado a Don Mikel llamándolo ¿padre?, la apariencia de este era idéntica a la de Natalia. La forma y color de los ojos, la sonrisa que la morena solía regalarle, la manera de gesticular y el puchero en los labios que hacía al terminar de hablar, claro... Por ello la faz del tal alcalde del crimen le era familiar. ¿Pero, era acaso el padre de Natalia?

—Le has dado un buen susto, Santiago. Sigue pasmada la pobrecilla —exclamó el mayor de los tres mientras miraba impaciente a su hijo y señalaba a la delgada y pequeña rubia.

—No se preocupe, vuestra merced. —se compuso la mujer y fijó la mirada en el joven. — Alba Reche, es un placer. —presentose.

—Santiago Lacunza. —respondió y regaló una reverencia.

—Disculparán las maneras, pero debo retirarme. —explicó la rubia quien no dejó de ver al joven Lacunza. —Agradezco una vez más su benevolencia hace algunas noches, Don Mikel. Santiago, fue un gusto.


El par de hombres se despidió con galantería y Alba no tardó en seguir el trayecto hacia su encuentro con la morena. Poco tardó en visualizar su sitio al lado de las orillas del río y tomose por sorpresa la inasistencia de su compañera. Seguro no tarda en llegar, pensó y acomodose en el cálido césped.


Pero la morena no se presentó.

Esto se volvió a repetir el siguiente jueves a este.


Cierta intranquilidad y miedo se agolpaba a las puertas de la entrada del cuerpo de la rubia hasta que no pudo aguantar más aquel asedio y dejó acceder aquellas emociones a este. ¿Le habrá pasado algo? ¿Estará enferma? ¿Estará de viaje? ¿No querrá verme más? ¿Hice algo?

Levantose y arrastró los pies calles arriba con destino a su solar, llegó y se acomodó en una de las mesas de la trastienda suspirando.


—¡Vaya carita me trae su merced! —apareció María alertada por la imaginaria nube gris que acompañaba a su amiga desde que cruzó el portón de entrada.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora