Barrio de Cocharcas, mediados de marzo de 1776
Un sábado más haciendo una de las cosas que llena mi vida por completo. Afinaba las cuerdas del laúd, esperando que terminaran los que me antecedían. Pongo por testigo el cielo, cuando digo que sentía los nervios inundar mi enjuto cuerpo, no veía la hora de salir a aquella tarima y soltar todo lo que sentía.
Mañana vería a Alba, cosa que significa el poder proclamarle la enmaraña de sentimientos que llevaba sobre los hombros. Le había dado un par de vueltas a sus posibles respuestas: Podría rechazarme argumentando sus sentimientos por la tal mulata esa, no entender el poco juicio de mis sentimientos con la realidad o corresponder a mis pasiones.
Ser repudiada por ella, no lo contemplaba. Si por mi cabeza pasará aquella alternativa, sería porque no la conozco del todo como la creo conocer. Sea cual sea el desenlace, no la perdería. O eso esperaba...
—Doña Eilan, buena sea su noche. —apareciose María, amiga de Alba, sentándose cerca a mi en el largo sillón oscuro.
—Buenas noches a vuestra merced. —saludé agravando un tono mi voz. ¿Era tonto? Sí, pero de alguna manera, me sentía más segura.
—No quisiera distraerla, sé que los artistas tienen ciertos rituales previos a la función. —explicó la mujer con una sonrisa y yo solo asentí mostrándole atención.
—Prosiga. —tuve que decir escuetamente al ver que no quería echar palabra afuera sin mi consentimiento.
—Sabrá su merced de mi amistad con Doña Alba. —me vio a los ojos como buscando apoyo. —El caso es que, no está del animo al que nos tiene acostumbrados a todos.
—¿Ocurre algo? —pregunté con preocupación. ¿Qué le pasaba? ¿Acaso era por lo que Marilia pudo decirle después de nuestro encuentro? O... ¿Era el desconcierto por lo que pudiera pasar mañana?
—Nada que no pueda solucionar, pero no estaría demás hacerle olvidar ciertas cosas. —propuso de manera extraña.
—No comprendo.
—El día que la oyó cantar quedó prendada de su voz. —siguió hablando. ¿Mi voz? El pecho se me llenó de mariposa de todos los colores.—Quisiera pedirle que si está en sus manos...
—Cante. —respondí ganándome un asentimiento con gran ahínco.
—Confío en la buena fe de su merced. —terminó diciendo aquello y levantose para arrastrar sus pasos hacia el portón de salida.
—María. —antes de que su cuerpo cruzara el umbral interrumpí, girose y me plantó la mirada con inquietud. —Pierda cuidado.
La noche se desarrollaba tranquila, había perdido los nervios con el pasar de las canciones y la compañía de Felipe, quien me acompañaba siempre en la tarima, me reconfortaba. Él sabia que la ultima canción la tocaría sola, así que, llegado el momento, se despidió siendo aplaudido por todos y empecé a rasgar las cuerdas del laúd.
El sonido que este produce siempre me ha parecido de los más dulces que he podido oír en mis años de vida, pero pocos le dedican el tiempo que se merece a perfeccionar la técnica sublime en este arte. Requiere paciencia y comprensión, como si de plantar una pequeña rosa se tratara. Acude a mi mente la primera vez que lo oí, quedé encandilada, cual polilla se pega a la luz sin entender el porqué.
Y, si de hacerle un símil se tratara, la mujer de cabellos rubios como el sol que no desquita la mirada color miel de mí, sería el ejemplo ideal.
Cuando se despiertan las arañas de sus huecos
No puedo dormir, muero por parar el tiempo
Sé que estás ahí porque te veo en mis sueños
No quiero salir, por si acaso no te encuentro
Ví como soltó una pequeña lágrima cuando termine aquella frase, si de algo servía el oírme cantar no dudaría en no dejar de hacerlo para reconfortarla.
Hicieronse los aplausos, sin querer había terminado y con una reverencia por tal ovación, salí. Guardé el laúd en el depósito como cada sábado y sopesé la idea de acudir hacia la mesa de siempre. Tras una bocanada de aire y escondiéndome tras el habitual traje de tapada, me vi sentada y siendo felicitada por todas las presentes.
—Solo es una canción, pero mire como me deja la piel, Doña Eilan. —habló María mostrándome sus brazos.
—Me complace provocar aquella sensación, Doña María. —asentí agradecida y sentí una mirada proveniente de mi lado derecho, guardé la compostura y tomé un poco de agua.
—Perdonará mi atrevimiento, pero quisiera acercarme a felicitarle. —escuché tras de mí y di la vuelta sobre mi silla para ver a la emisora.
Aquella mulata con la que creía entender que Alba tenía amoríos, me miraba grácilmente y bajaba el torso para saludarme. Ciertamente tenía unas bellas facciones. Me levanté, concluyendo que poseíamos altura similar y un parecido en la forma de los ojos que me desconcertó un poco. Era como ver a Elena.
—Creo que no os conocéis. —esa voz si me era familiar. —Estimada Inés, te presento a Doña Eilan, la estrella del lugar. —y lo dijo así, sin que tuviera soporte valido sobre los pies para contenerme.
—Es un honor, Doña Eilan. —habló la mujer con su blanca sonrisa.
—Flaco favor de parte de vuestra merced. —respondí mirando hacia Alba. —Un placer, Doña In-
—Inés, por favor. —cortó mis palabras.
—Perdón, Inés. —asentí con agrado. —¿Nos acompaña? —señalé la mesa.
—Encantada. —poco tardó en colocarse a mi lado, Alba caminó hacia su sitio al lado de María.
Me enfrasque en una conversación sobre música con Inés, quien me había sorprendido al contarme que tocaba la quijada desde muy pequeña y gracias a que su madre siempre le había impulsado a hacer lo que ella desease. Entre bromas de crear una melodía y presentarla algún sábado aquí, la mulata se ofreció a traer una jarra de agua y una botija de aguardiente para la mesa.
A los minutos, noté que Marilia entraba sumamente preocupada hacia la posición de Alba. Acercose a su oído con sigilo susurrándole algo que la rubia, al parecer, no tomó bien. Su mirada perdida mientras la rizada terminaba de darle el mensaje me empezaba a preocupar.
Excusose con la mesa y salió rauda hacia la salida, no sin antes, musitar algo a María, quien tardose poco en asentir y soltar aire retenido en los pulmones.
—¿Qué habrá pasado? —habló en un susurro cercano a mi oído Julia.
—No tengo idea, pero tenía la mirada perdida. —respondí mientras me servía un poco más de agua.
—¿Crees que...
—No. Hemos sido precavidas. —calmé sus ansias por creerse descubierta.
Unos gritos se oyeron y pararon la música. ¡Alba!, pensé mientras mi cuerpo se tensaba. Abrieronse las puertas y arrastré a Julia hacia fuera, poco a poco, íbamos notando un par de cuerpos sobre la tierra del camino.
Un hombre corrió hacia nuestro lado gritando "Traidores, soplones, sapos, a la tumba hay que llevarlos", giré viendo como se perdía entre la muchedumbre, que curiosa, se acercaba cada vez más a los cuerpos.
—No deberíamos ir. —paró mis pasos Julia y apretó mis brazos. —Recuerda que, para nuestras familias, estamos en el quinto sueño en nuestras habitaciones.
—Y, ¿si es Alba? ¿Dónde está Alba? —pregunté apretando mis dientes y liberándome de su agarre. Aligeré el paso hasta que mi vista pudo enfocar del todo los rostros del par de cuerpos, horrorizándome y siendo contenida por Julia, Marta y África, quienes aparecieron cubriendo mis espaldas para que mi reacción no sea vista.
¿Qué hacías aquí?
¿Quién te había hecho esto, Mikelo?
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olvídate de mí
Historical Fiction1775. En el primer navío de la mañana que zarpó de Cádiz para el Callao vínose Alba Martínez del Monte Reche, hija primera del Conde de Elche, escapando de su infortunio y la necedad de su progenitor.