Parte 30: Solar de la Marquesa II

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Solar de la Marquesa, inicios de abril de 1776 

—Hija mía, ella es una vieja conocida desde nuestra llegada a esta ciudad—profesó mi madre con dulzura y mis pies anclados sobre el suelo me imposibilitaba creer la afirmación—. Su difunto esposo, que Dios guarde en gloria, trabajó con tu padre antes de aquel fatídico ataque de apoplejía.

Mi madre alzose una de las manos y acurrucó la mejilla derecha de aquella rubia, de manera maternal.

—Marquesa, la herida está cicatrizada—asintió la flacucha mujer, regalando una sonrisa tímida.

—Sabía que en Lima todos conocianse, pero podría preguntar ¿Cómo es que vuestra merced y mi Natalia tuvieron tal honor?—María volviose la mirada hacia mí de manera picaresca, aprovechando que mi madre distraída, servía un poco de té para sí.

—Déjeme ser yo, la que narre dicho recuerdo—caminé los pasos que restaban hacia el par de mujeres, elucubrando una historia que sonara real. 

¿Cómo le explicaba a mi madre que María era amiga cercana de la mujer a quien cortejaba?

—Será un honor oír aquella historia de su boca, futura marquesa—María recibió la pequeña taza hirviendo de té y pude ver el brillo en los ojos. Estaba gozando ponerme en tal aprieto.

No podía introducir a Julia en esta bufonada, sin antes aclarar con Alba la historia de la tapada del laúd. La joven viuda era perspicaz e intuiría la verdad cual galgo en caza.

—Miguel, madre.—acomodé mis posaderas sobre una de las cómodas sillas del salón y comencé el teatrillo—. Sabe que está trabajando en remodelar su solar para dar alimento a algunos niños de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.

—¿La Iglesia de los huérfanos?—preguntó mi madre mirando hacia María, esta asintió llevando las manos hacia el pecho en señal de afirmación y buena causa.

—María trabaja en una de las pulperías de la Calle Mercaderes y ofreciose a colaborar en lo que pudiese a beneficio de aquellas criaturas—proseguí la no tan mentira—. Una mañana que Miguel quiso enseñarme aquel trabajo, nos presentó y a eso se reduce la historia.

—Miguel es un gran hombre, de los pocos que ven mucho más allá de sus narices.—sumó mi madre a la conversación—. Me alegra que hayan coincidido en tal obra y, espero que no dudes en recurrir en nuestras arcas para cualquier gasto que creas conveniente, hija.

—No se preocupe, madre. He dado uso de mi propio caudal— rebatí tras su proposición.

—No quisiera discutir por ello, tu abuela estaría gustosa en avalar tus ideas— sonrió a buen gozo, sabiendo que la sola mención de su madre, agitaría mis ganas y endulzaría el frío.—Por otro lado, María quisiera invitarte a pernoctar esta noche en nuestro solar, siendo horas tardías no me gustaría que vaya sola por la oscura noche.

—Me halaga su preocupación, no quisiera generar molestias.

—Mujer, molestia ninguna—negó con sus manos—. Natalia te mostrará tu habitación y así aprovecháis en departir.— nos señaló y punto después, levantose hacia la puerta de salida.

—Qué tengáis buena noche, me retiro a mi alcoba.

Despidiose al igual que nosotras y aproveché para acercarme hacia María, frunciendo el ceño.

—Poca gracia le hace verme, marquesita—. suspiró, cogiendo su cuello y dando un par de movimientos que derivaron en el crujir de sus articulaciones.

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora