Parte 32: Amor

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—Jamás en la vida había mi cuerpo sentido tanta repulsión por alguien.—vi los nudillos de Natalia destilar su moreno color a unos blanquecinos.—Se que es malo odiar, pero ese bellaco desagradecido de Nicolás se ha hecho acreedor a ello.

Lloraba, lloraba acobijada en sus brazos, unos que apretaban con fuerza mi cuerpo impregnando entendimiento y cariño. Había soltado mi historia desde el anuncio de mi compromiso, sin tomar en consideración la mención de los nombres de mis progenitores. 

Sentía la fuerza de mis párpados pesar con desfogue, con cierta pizca de alivio, con entereza de saber que parte de lo que ocultaba, había terminado por revelarse ante ella.

Y ella en retribución, ahogaba caricias sobre mi espalda, tarareando aquella melodía que tiempo atrás había tocado. Sin saberlo, o quizás sin esperarlo o siguiendo su instinto, pudo calmar el temblor que mi interior expulsaba por la saturación de tenerlo contenido.

Suspiré de manera alargada y pausada.


—No merece la pena verte así por el actuar de aquel hombre.—demandé con una caricia lenta sobre sus pómulos. La inyección roja bañada en sus ojos daba connotaciones de ira, llevaba alrededor de cuatro meses viendo ese par de lodazales y jamás noté esa furia.

—Alba, pudo forzarte a tal acto impuro, manchar tu pudor y salir airoso. No me pidas con tus manos que perdone esos despropósitos.—bañó mis ojos con los suyos, la desnudez de sus sentimientos calaron mi mente y cernieron de entendimiento sus pesares.

—No logró su cometido.—afirmé el agarre, como si fuera a escapar aún sabiendo que no iría a ningún lado. Ella jamás.—. Estoy aquí, ¿lo sientes?

Cogí su mano llevándola a mi pecho y entre sacudidas de mi corazón, me regaló una afirmación. Referenciando el mismo gesto que hizo horas atrás.

—Le arrebató la vida a una inocente ¿Quién cree ser para determinar el fin de la vida de una persona?

—Lo sé, lo tengo presente cada día.—bajé la mirada deseosa de alejar las lágrimas.

El agarre de sus manos afianzose sobre las mías, y tras una cuantía de ternezas suaves mostró sus pequeños dientes en una cálida sonrisa. Este ardor interior, que mezclaba recuerdos e ilusiones, agradecía la bondad que manaba de la morena.

—Alba, ¿Por qué empezaste a contar tu historia con este hecho?

—Es el causante principal de mi huida, ¿Con qué debí empezar?

—No soy mozuela fácil de engañar, se ver que la historia no inicia contigo huyendo de un prometido cagalindes.

—Explique el porqué.

—¿Cuál es tu título nobiliario o el próximo a heredar?—preguntó con un arqueo de cejas—. Sabes que el mío deriva del marquesado de Navarra.

—Me es complicado.—de mi sé decir que dudé, no porque poco confiara en Natalia, sino por la angustia que adquiría mi pecho.—El día que Inés apareció en mi solar y saliste despedida cual cervatillo en bosque... 

Los ojos de mi madre volvieronse contra mí, la perplejidad que adquirió al notar mi presencia...

—Sigue.—habló notando mi silencio.

—Vi a mi madre en el Portal de Botoneros.— escupí con prisa.—Su nombre es... Soy hija de... Yo...

—¿Tan complicado te es revelar aquello?

olvídate de míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora