Hacienda "La Rubia", finales de Julio de 1821
—¡Queeeeeee! —tapose la boca en un triz con sus pequeñas manos, lanzando una risilla por el ataque de desespero.— Per-pero ¿Q-qué ocurrió después? ¿Escaparon juntitas?
—¡Santi... ya no, evidentemente! ¿Acaso no ves que el tipejo de Carlos pagó por los daños que ocasionó?
—Venga, Lú.—llamó la atención una Elena, vestida en sus cincuentas, rodeada de un pequeño y una jovenzuela, que aposentados sobre sus propios muslos, oían gustosos el relato que derramaba desde sus labios.
—Tía Elena, por favorcito, ¿puede decirme qué pasó?—rogó el muchachito, sacudiendo su cuerpo, el cual vestiase con un pantalón azul y una ligera camisa blanca. El cabello moreno peinado hacia atrás con un pequeño mechón travieso elevado y un rostro donde resaltabase sus enormes ojos color miel en contraste a su piel tostada.
—Dígame, hombrecito, ¿Qué cree vuestra merced que hicieron?—contestó, cargando al niño de unos nueve años sobre su regazo.
—Mama Natalia nunca lo dice, pero si vuestra merced me lo cuenta, será un secretito.—murmuró sobre el oído de Elena, quien sonrió por la pequeña travesura del niño.
—No te lo cuenta porque mamá Alba dice que eres muy enano aún.—habló con sorna Lucía, encogiendo los hombros como si la sapiencia de la verdadera historia, habitara en su mente.
—Pero Lú, ¿es que sabes la verdad?—el pequeño Santiago diose vuelta al instante con velocidad para intentar interrogar a su hermana.—Cumpliré diez pronto, mama Natalia dice que seré tan alto como ella y Álvaro... ¡O, o, o hasta como el tío Santiago!, así que de enano nada.—farfulló cruzando los brazos y colocando un puchero gracioso.
—Vaya par, dignos hijos de mi hermana.—negó con benevolencia Elena y regalose una sonrisa a sus sobrinos.— Si os portais bien, os contaré lo que p-
Un galope de caballos hizose callar las palabras de la mayor, estos hacían entrada a la hacienda, tocandose la campana principal de aquel pórtico de adobe, lustrado en rojos cromos con los escudos de familia en relieve de nuestras protagonistas. Picose la curiosidad en el más pequeño que corrío hacia el enorme ventanal que situabase a mitad del enorme salón. Una leve garúa atisbaba sobre el campo que yacía a pocos pasos de aquella vivienda, y los ojos del crío chispearon cual par de estrellas fugaces.
Una comitiva de estruendos sacudieron los cielos, y los gritos escucharonse por todos lados: ¡Viva el Perú! ¡Viva la Patria! ¡Viva la libertad!, a viva voz.
Corriase la tarde del veintiocho de julio de 1821, aclamandose la independencia del pueblo peruano. Sin esperarlo, aquel pequeño atestiguaba el suceso más importante de aquella tierra, el objetivo por el que miles de almas habianse tomado por conseguirlo.
—¡Mamis!—gritó Santi, viendo a la pareja entrar de la mano con una sonrisa de alivio.
—Mi vida.—le recibió Alba con los brazos abiertos, acariciando sus pequeños mofletes.—¿Te has portado bien con la tía Elena?
—Es un sol, así como Lucía.—respondió la antes mencionada, llegando ante el par de mujeres ya no tan jóvenes para distraer la mirada con aquellas figuras sobre el cielo gris.
—¡Justo nos contaba una historia!—dijo emocionado el chico, abrazándose hacia el cuerpo de Natalia, que le recibía con cariño, acariciando sus brazos con ternura y hundiendo su nariz sobre aquel pequeño cuello, causándole cosquillas.
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olvídate de mí
Historical Fiction1775. En el primer navío de la mañana que zarpó de Cádiz para el Callao vínose Alba Martínez del Monte Reche, hija primera del Conde de Elche, escapando de su infortunio y la necedad de su progenitor.