96. Muerte

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A la muerte de mi amada
La boda que nunca llegó

Entre mis manos recogí mis despojos. Tu cuerpo inerte con la cabeza ladeada, ojos entre abiertos, vidriosos. lagrimosos.

Contra mi pecho te estreché en instinto de devolverte a la vida, más tu corazón se resistió a mí delirio dejándome huernafana de amor, desolada e impotente.

Una leve sonrisa de tu dulce boca emergió. En un definitivo adió, fatídico, decidió. De entre mis brazos tu vida, la cruel parca, indolora arrebató sin consideración.

De tu quedaban las sonrisas, los gestos, la dulce voz murmurando palabras de amor, en mis ojos velos de pasión, desilusión, rencor contá el Hacedor que de mi lado te arrebató cual ráfaga del viento, que arrastra hojas secas del osco otoño.

Mis piernas flaquearon, la gente en sudor, la muerte sobre la yerba, a mi cuerpo humilló doblando rodillas y pecho...
A tu lado permanecí llorando desconsolada, suspirando por tu eterno amor.
Mi pobre corazón se encogió en un angustioso y cruel dolor, de mis labios con ojos desbordados por ríos de ardientes lágrimas, surgieron versos para el señor.
"Oh Alláh y señor me la has dado, tu Alláh y señor me la has quitado dame fuerzas para superar tanto dolor...
Para no marchar a su lado con eterno rencor"

La Sultana ya vestida con sus ropas de luto miraba la caja en la guardaba el anillo que alguna vez perteneció a la fallecida mujer que amó.

 Se levantó con cuidado, guardando la calma y tratando de no llorar, se detuvo frente al espejo mirando su rostro, aquel que nunca mostraba ninguna emocion, ahora delataba tristeza

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Se levantó con cuidado, guardando la calma y tratando de no llorar, se detuvo frente al espejo mirando su rostro, aquel que nunca mostraba ninguna emocion, ahora delataba tristeza.

Se dejó caer en sus rodillas y lloró, su alma rota exclamaba tan dolorosamente, no tenía voz para gritar, ni emitir palabra alguna, solo la lágrima desbordaban su rostro demacrado y sombrío

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Se dejó caer en sus rodillas y lloró, su alma rota exclamaba tan dolorosamente, no tenía voz para gritar, ni emitir palabra alguna, solo la lágrima desbordaban su rostro demacrado y sombrío.

Se negaba a aceptar la muerte de la mujer que amó tanto, se llevó su vida esa mujer, no estaba enterrando un cuerpo cualquiera, enterraba a la mujer que la puso en el trono en el que se sentaba, aquel que no fue capaz de compartir con ella.

 Ottoman EmpireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora