CAPÍTULO XIV: ABEZETHIBOU

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―Adelante, Morgan ―me invitó a pasar el capitán Magnus a su lujosa casa.

No tenía ni la más mínima idea de por qué el repentino mensaje y la urgencia de quererme ver tan a temprana hora del domingo.

―Buenos días, capitán ―saludé sin saber si debía llamarlo por su nombre o por su rango.

―Deja las formalidades, Nicholas. Dime Abraham o Magnus. Escoge uno ―y dejó escapar una risa muy elegante mientras me guiaba por su enorme casa hasta la cocina.

―Su casa es enorme... y hermosa ―le hice saber esto en lugar de dejar escapar mis pensamientos en los cuáles me preguntaba cuántos años de ahorro tendría que tener para comprar una casa así.

―Beneficios de arriesgar el pellejo en el departamento de policía por casi tres décadas.

Llegamos a la enorme cocina y me pidió que tomara asiento mientras él se dirigía a la estufa. Jamás en mi vida había visto una cocina tan costosa. Sólo el cochambre de la estufa y el depósito de agua inferior del refrigerador de Magnus debían valer lo que valía mi cocina completa.

―Espero que no hayas desayunado todavía ―comentó.

―Yo... ―me avergoncé de confesar que a esas horas seguiría dormido y que mi hora de desayuno era casi a medio día―. No, no he desayunado.

―Bien ―y sin más comenzó a preparar el desayuno.

―¿Hoy fue su día libre, Magnus?

―De vez en cuando es bueno respetar los días libres, Morgan, en especial entre estos días cargados de mierda.

―He visto que el trabajo se les ha acumulado ―me había despertado de manera sorpresiva y muy temprano para invitarme a su casa. Lo menos que podía hacer era tratar de ver la forma en la que él pensaba las cosas.

―Todo gracias a esa prensa amarillista.

―Escuché que hay otro loco suelto en la ciudad.

―¿Quién? ¿Michael Watson? ―Asentí―. Es lo que todos creen, Morgan, pero no ven más allá.

―¿Hay un más allá? ―Me estaba sintiendo como Ben. Frustrado por la forma de ser de Magnus. Tenía ese tono de sabelotodo que tanto odiaba.

El capitán dejó por un momento la estufa con la sartén y los huevos, luego regresó cargando una carpeta y la colocó en la mesa.

―Adelante, mira eso y dime qué ves.

Mis manos temblaban de emoción y mi corazón latía de miedo. Magnus me estaba ofreciendo ver dentro de una carpeta con reportes policiales sobre un caso vigente. Miró mi cara confundida y me invitó a abrir el folder por segunda vez, yo asentí y lo abrí, temeroso de lo que pudiera encontrar. Dentro de la carpeta había fotografías de tres cadáveres de mujeres y otros tres de bebés. El cuerpo de Susy y su bebé eran los que todavía no entraban a una etapa de descomposición avanzada.

»Nos pide nuestra opinión sobre el caso. Si supiera que no sólo sabemos lo que pasó, sino que fuimos testigos y matamos a Watson. ¡Idiota!

―Yo... Veo a alguien muy trastornado... ¿Quién querría hacer algo así? ¿Quién querría la sangre de alguien tan inocente como un bebé?

―De los tres bebés, Morgan. Deseaba la sangre de tres bebés ―aseguró con desdén y seguridad.

―¿Era un psicópata? ―Cerré la carpeta casi de golpe y traté de aparentar normalidad. Era difícil luchar con el nerviosismo que escalaba por mi médula espinal.

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