CAPÍTULO XXV: ARAZIEL

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―¿Qué mierda pasó ahí, Morgan? ―Magnus era la última persona que quería ver, pero allí estaba él, abriendo mi celda provisional―. Mandaste a ese pobre diablo al hospital.

Legalmente iba a pasar el resto del domingo en esa celda hasta que se me procesara de manera oficial, pero Magnus era capitán y eso significaba que tenía influencias en casi todas partes.

―El sujeto tocó a Cinthia...

―Sí, la joven lo explicó todo, Morgan. No era eso a lo que me refería.

El capitán puso su mano sobre mi hombro y me hizo caminar junto con él a la salida.

―¿A qué se refería, entonces?

―A que no puedes andar por ahí golpeando personas, Nick.

―Lo sé, pero ese sujeto... Cinthia es familia, Magnus y... No sé si me comprenda.

―Lo hago, por eso vine a sacarte de aquí. Este no es lugar para un buen hombre como tú.

»Si conociera nuestro lado oscuro no diría lo mismo, ¿cierto, Nicholas?

―¿Qué hay de los cargos? ¿No levantará cargos?

―Digamos que Cinthia se encargó de la situación. Ella lo amenazó diciendo que si se atrevía a levantar cargos, ella haría lo mismo contra él por acoso sexual. El cabrón dejó las cosas por la paz.

Cinthia siempre fue de las jovencitas que prefería mantenerse al margen de las situaciones problemáticas. Estaba en su naturaleza y ella había aprendido a vivir con eso. Me sentí muy agradecido con ella por actuar en contra de su propia naturaleza para ayudarme.

―Se nota que eres una gran persona, Nicholas. Lo que esa chica Cinthia hizo por ti lo demuestra. Por favor no vuelvas a cometer una estupidez como la de hoy. Tu hija, a la que tuve el placer de conocer, se asustó mucho. Yo no estuve en la pelea, pero vi al sujeto... ¿Qué te tiene tan lleno de ira, Nick?

El maldito Magnus fue capaz de ver mi furia proyectada en las heridas que le había ocasionado con mis golpes al sujeto. Él observaba todo.

―De verdad lo siento, a veces pienso en Lindsey y el futuro incierto que le depara y... bueno, mi paciencia tiende a desaparecer ―le pedí perdón a mi hija mentalmente por usarla a ella y a su enfermedad como excusa. Una excusa que hizo que Magnus cerrara el pico y asintiera empáticamente.

* * *

Sam y su guardaespaldas salieron por la puerta trasera del Hell and Heaven al solitario callejón en el que había un hermoso auto negro estacionado.

El frío calaba hasta los huesos y el guardaespaldas y yo lo sabíamos, pues ambos llevábamos chaquetas a manera de protegernos del gélido ambiente mientras Samantha Hope vestía una minifalda ajustada que resaltaba sus glúteos perfectos y un abrigo que protegía sus brazos y cuello, pero que dejaba al descubierto gran parte de sus senos.

Salí rápidamente de las sombras y clavé la aguja de la jeringa en el cuello del enorme sujeto, el cual tiró dos o tres golpes y luego cayó al suelo, Sam, ante el sorpresivo ataque, trató de huir y de gritar, pero no podía emitir ningún sonido por el miedo que la había invadido.

―Te daré hasta la cuenta de tres para que te calmes ―le dije al embestirla contra el auto mientras le cubría la boca con mi mano enguantada en cuero negro. El pasamontañas que llevaba puesto me ayudó a intimidarla bastante―. Uno. ―La respiración de Sam se tornó agitada―. Dos. ―Ella asintió―. Tres ―le quité mi mano de la boca y dejé de presionar su cuerpo con el mío.

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