CAPÍTULO XXXIX: BAEL

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―Te envidio ―le dije a Jace Duncan cuando abrió los ojos y expresó confusión―, de verdad que lo hago, Jace.

―¿Qu-quién eres? ―trató de moverse pero la camisa de fuerza que aseguraba los brazos a su torso y la cinta adhesiva que mantenía sus piernas unidas se lo impidieron. Se rindió rápidamente―. ¿Qué quieres?

El rohypnol que mermaba dentro de él le imposibilitaba aclarar su mente. No recordaba nada después del pinchazo en el cuello y no lo haría. Yo sabía eso, pero él lo ignoraba, y, aunque lograra recordarlo, eso no lo ayudaría en nada. Malgastaba sus energías.

―Creo que eso es obvio, Jace. Te quiero a ti, pero ya te tengo.

―¿P-por qué? ―me sorprendió la velocidad con la que su sistema digería la droga. Sus palabras comenzaban a fluir de una manera más rápida y sin extraños sonidos para tratar de conectarlas.

Puse su contrato firmado a quince centímetros de sus ojos para que lo mirara y supiera la razón por la cual estaba inmovilizado dentro de esa tapia oscura.

―Dímelo tú, Jacy.

―¿Un papel en blanco?

¡Mentiroso!

Le di un golpe directo al plexo solar que quedaba libre de sus brazos cruzados. El golpe le ocasionó severos problemas para respirar y esto lo aterrorizó un poco, pero no lo suficiente.

―No... ―tos― sé de qué... ―tos― mierda me estás hablando... ―el ataque de tos fue reemplazado por una inhalación desesperada y ruidosa.

―Entonces tendré que ponerme rudo ―me acerqué a mi maleta negra y extraje una navaja de no más de quince centímetros de hoja, la pulí con un suave paño de microfibra. Me aseguré de que Jace viera la hermosa hoja―. ¿Por qué, Jace?

―No sé de qué estás... ―un terrible dolor le recorrió toda la pierna derecha. Su acto reflejo se vio presente y se escuchó un horrible grito dentro de la tapia.

―Puedo hacer que duela todavía más ―le dije con un tono de voz completamente inexpresivo e impasible―, eso depende de ti, Duncan.

―De verdad no sé de qué... ―sus ojos llenos de lágrimas, su frente llena de sudor, su nariz dejando salir mucosidad transparente y sus labios y barbilla llena de saliva con flemas incrementaron la actividad, duplicando la liberación de fluidos acompañados de un grito todavía más desgarrador, algo que fácilmente logré como resultado de girar la navaja alojada en su muslo noventa grados.

La sangre brotó de la herida y se impregnó a mis guantes de látex. Podía impedir un desastre con tanta sangre desparramada usando una venda que tenía a mi disposición, pero primero lo haría hablar.

―Me-Mefisto... ―Temblaba de dolor como si tuviera frío―. Pacté con Mefisto.

Extraje la navaja y rápidamente le hice un torniquete. El vendaje absorbió la sangre y se tornó rojo. Me entretuve un momento viendo la sangre escalando por las fibras. Era hermoso el efecto que se producía.

―¿Por qué? ―mis palabras eran dirigidas a él, pero mis ojos no se despegaban del torniquete.

―Estaba desesperado... ―presioné mi dedo contra su herida y nuevamente gritó de dolor.

―Embarazaste a una jovencita hace años, Jace, empieza por ahí ―no le iba a permitir que tergiversara su historia como si yo no supiera la realidad de su pasado, después de todo había leído su contrato.

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