CAPÍTULO XXXI: ABELECH

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Lindsey estaba profundamente dormida a causa del rohypnol inyectado por Patrick. Su respiración era constante y fluida, pero nada había cambiado. El monstruo que había aceptado en mi vida tenía una fuerte necesidad de venganza y, simultáneamente, se sentía preocupado por cubrir sus huellas, ya que Benedict había presenciado la manera tan fría en la que había atentado contra mi presa.

―Todo estará bien, amor ―le susurré a mi hija en el oído mientras le quitaba unos cuantos mechones de hermoso cabello negro de la frente. Mi brazo izquierdo necesitaba reponerse del dolor provocado por la fuerza requerida para cargarla hasta el segundo piso―. Lo prometo... ―y la cubrí con la sobrecama de Patrick. Era una gélida mañana.

La dejé durmiendo cómodamente confiando en que Patrick sabía usar el rohypnol y calcular las dosis según la edad, la estatura y el peso.

~Fue un médico cirujano que dejó de practicar la profesión no por incompetente, sino por su extraño síndrome, y fue él mismo quien nos enseñó a diluir y calcular las dosis ―dijo la voz―. Ella estará bien ―afirmó sin dudarlo.

Abandoné la habitación a paso ligero sin despegar la vista de lo que hubiera podido ser el cadáver de mi hija. Su belleza contrastaba con la sucia sobrecama que cubría el desgastado colchón en el centro de la decadente habitación saturada de envoltorios de comida chatarra y latas de cerveza que dejaban escapar un olor acre.

―Todo estará bien ―repetí para Lindsey, pero con la intención de aclarar mi mente para salir del aprieto en el que estaba metido. Cerré la puerta con delicadeza.

* * *

Patrick fue el primero en abrir los ojos. Se mostraba mareado y confuso. La caída por las escaleras había contribuido a que mostrara esos síntomas. Posiblemente sufría de una contusión. No lo sabía y me tenía despreocupado, para ser honestos.

―Patrick ―saludé y me conmocionó el hecho de que mi voz no expresaba ningún sentimiento.

Trató de hablar mientras se arrodillaba, pero la mordaza en su boca sólo permitía que emitiera sonidos incomprensibles.

―Complicaste todo... ―dejé la silla en la que él se había sentado horas atrás y me acerqué a una distancia prudente para que no me pudiera dar alcance. La cadena estaba mejor asegurada esta vez y no lo dejaría escapar con facilidad.

Emitió más sonidos que parecieron ser un extraño dialecto.

―Hubiera comprendido si me matabas, Patrick, de verdad. Acepto que te traicioné ―el escuchar esto le causó un tipo de alivio interno que pude percibir como malinterpretación―. No creas que me estoy disculpando, amigo... Sólo es parte de mi justificación.

Me agaché y nuestros rostros quedaron a centímetros de distancia. Podía percibir el calor de su exhalación y el extraño olor que la acompañaba. Sus ojos liberaban lágrimas que imploraban algún tipo de piedad. Podía ver a su monstruo rindiéndose y huyendo lejos para dejar al pobre, indefenso y frágil Patrick en mis garras. Solo.

―Este es tu contrato, Patrick ―le dije al poner el pedazo de papel frente a él. Con lágrimas y con la nariz evacuando un líquido viscoso miró hacia abajo―. Sé que técnicamente no has incumplido con él, pero tú sabes que mi trabajo no es cuestionar..., es asesinar. No es nada personal.

En efecto él era un "hombre" (no sé si se le pueda llamar así a los de nuestro tipo) que se preocupaba por cumplir con su parte del contrato. Quería curarse de su enfermedad y recuperar su vida, lo cual, desde mi perspectiva, resultaría algo muy difícil de hacer puesto que tomó caminos de los cuales no existía retorno hacia la "normalidad". La locura producida por lo que era obligado a hacer lo había corrompido y ahora ansiaba tener comida para jugar con ella antes de devorarla.

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