CAPÍTULO X: HOMBRE ROJO

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Sentí un viento frío golpeando mi rostro como si me clavaran cientos de agujas, abrí los ojos para saber que me encontraba en algún lugar alejado de la ciudad y traté de levantarme, pero no pude hacerlo.

Mis brazos y piernas habían sido inmovilizados con cinta adhesiva.

Inhalé profundamente y pude notar un fuerte olor a humedad y tierra, después traté de escuchar cualquier cosa para darme una idea del lugar en el que estaba, pero los únicos que hacía ruido eran los grillos. Lo que mis ojos podían captar era un cielo cubierto por espesas nubes relampagueantes, cerros a mi izquierda, una enorme roca a mi derecha y, a mis pies, más cerros.

Estaba sumido en un silencio aterrador.

El no saber en dónde estaba ni qué había pasado después de recibir la inyección del Castrador me ocasionaba un sentimiento de impotencia, desesperación y, sobretodo, de odio hacia este sujeto que, para castigarme, me había dejado en la nada para morir lentamente.

Lindsey... ―susurró la voz.

Mi hija..., mi niña. Sólo le había podido asegurar dos años más de vida a mi pobre hija.

Me sentía estúpido. Había actuado de manera precipitada. No conocía a este sujeto y lo había subestimado por su aspecto de enclenque.

Me había confiado, había sido impulsivo y ahora moriría y nadie lo sabría excepto la persona para la que no significaba nada: mi acosador.

Le había fallado a mi hija y me alegraba que no estuviera ahí para verme vencido.

Intenté llevar una de mis manos al bolsillo trasero de mi pantalón para sacar una foto de Lindsey de mi billetera, pero desistí. Había dejado la cartera en la camioneta para no dejar nada personal de manera accidental en la escena.

Al menos diste lo mejor, ¿no es así, Nicky?

No. Se equivocaba.

Pude haberme ido de la escena. Pude haber investigado la placa de este sujeto. Pude haberme acercado a él y conocerlo tal y como lo había hecho con Louis. Pude haber evitado estar atado con cinta adhesiva en algún lugar terroso desconocido torturándome mentalmente.

¿Dijiste terroso?

Una idea vino de golpe a mi cabeza.

Rodé con mucho esfuerzo y quedé boca abajo para ver que la camioneta negra del Castrador estaba estacionada detrás de la roca y con las puertas de la parte trasera abiertas.

Algo me dice que ya habías estado aquí ―por primera vez la voz trataba de ayudarme y no de reclamarme o de burlarse de mí―. Sea lo que sea que ese cabrón te haya inyectado le afectó a tu cabeza, Nicky.

En efecto lo había hecho. No podía pensar con claridad y tampoco podía recordar nada por más que lo intentaba. El último recuerdo en mi memoria era el pinchazo y la manera en la que las luces se atenuaron.

―¡¡¡MIERDA!!! ―grité con la intención de exteriorizar toda la furia que se había concentrado en mí y me eché a llorar.

―No vayas a rezar, Nick ―me recomendó una voz chillona que provenía desde atrás de la enorme roca―. Si lo haces, tu contrato se anulará y Mefisto irá por tu hija.

El Castrador salió desde atrás de la roca subiéndose la bragueta. Era más bajo de lo que recordaba, pero su rostro expresaba una seguridad que nunca pensé ver en alguien tan achacoso como él.

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