Líneas en una servilleta

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(Por: Clarissa)

Adrian regresó al día siguiente a tomar café y consiguió atrapar mi mirada. Sin todo lo que solía tener encima, era realmente guapo e incluso se veía misterioso mientras daba golpecitos sobre el plato. Bromeamos un rato y terminó presentándose.

—Soy Adrian —dijo—, creo que compartimos algunas vocales en nuestros nombres.

No le aclaré que compartíamos todas, y solo me ajusté el tag con el nombre de "Aurora".

—¿Y qué le dices a las chicas cuando no comparten ninguna?

—Que es una lástima que no compartamos vocales, pero que podemos compartir todo lo demás.

—Qué suerte que seas bien parecido porque frases como esa no te van a llevar a ningún lado con las mujeres.

Por algún motivo, eso le hizo muchísima gracia y terminó doblado de risa antes de responder.

—Gracias por la advertencia, me estaba preguntando qué fallaba conmigo.

Me agradó su buena disposición a burlarse de sí mismo, así que seguimos bromeando alegremente durante su cena y lo repetimos durante toda la semana.

—Hoy es tu último día —dijo Betty una noche—, ¿ya ha pedido tu número? ¿O tu instagram?

Sentí que me sonrojaba y negué con la cabeza.

—No se lo voy a dar —reclamé—, podría ser un asesino en serie.

—Un asesino en serie muy guapo —opinó ella—, y al que se nota que le gusta el jazz.

Le rodé los ojos y negué cualquier posibilidad de que fuera a conseguir alguna forma de contactarme Todavía no me sentía lista para empezar de nuevo, ni siquiera había teñido mi cabello de vuelta a su color natural.

Cuando volví con la cuenta, lo vi escribiendo en una servilleta. Pensé que intentaba darme su número, pero al acercarme descubrí que eran varias líneas que se guardó en el bolsillo de la chaqueta. No dijo nada sobre ellas y me contuve tanto para no preguntarle que cuando se fue, me di cuenta de que no me había despedido.

Hubo algo sobre mi alma de artista que se quedó con su expresión mientras escribía, con la forma en la que sus manos se movían al escribir, y terminé pintándolo al día siguiente en el estudio.

—La hemos perdido —murmuró Isaac, uno de mis ayudantes.

—¿Hay alguna posibilidad de que eso no sea una taza de café, sino una máquina espacial o algo parecido? —Preguntó Emma, mi mano derecha en la tienda.

Usualmente amaba los paisajes futuristas y llenos de tecnología, al igual que mis diez mil seguidores en instagram, pero también tenía muchísimos cuadros de paisajes, producto de una infancia con mis padres.

—¿Por qué, señor? Una semana más y empezará a pintar bodegones —Isaac se llevó una mano al pecho.

—Eres un exagerado —murmuré mientras cerraba varios frascos—. Solo es algo que me llamó la atención.

—Una taza de café —recalcó Isaac.

Me puse de pie y los miré con las manos sobre las caderas, invocando mi mejor pose de madre y jefa a la vez.

—¿Ustedes no deberían estar allá afuera atendiendo a los posibles clientes? ¿O dando una clase de introducción a la pintura, Emma?

Ambos miraron el reloj que colgaba cerca a la puerta y casi caí de vuelta a la silla.

—¿En qué momento anocheció?

—Hace como media hora, Clary.

Se me atoraron las palabras en la garganta y mi vista regresó al lienzo, donde una taza de café descansaba junto a una servilleta llena de renglones ilegibles. Isaac y Emma siguieron burlándose de mí mientras ordenaba mi espacio para pintar.

—La próxima vez, son libres de irse a sus casas cuando terminen sus pendientes en lugar de quedarse a espiarme —sentencié mientras me ayudaban a cerrar.

—¿Espiarte?

Isa acababa de llegar y ambos no tardaron en llenarla con la historia de mi misteriosa pintura de una taza de café, así que las burlas continuaron por la mitad del camino de vuelta a casa. Le pregunté por su día y ella soltó una risita.

—Nos hemos quedado sin ejemplares de Prohibido enamorarse de Adam Walker.

—¿De verdad?

—Con toda la locura de Adrian Wilcox, la gente ha empezado a ver la película de nuevo, y han recordado el libro...tampoco ayuda que la editorial ha sacado un pack especial de oferta con toda la colección y el DVD con escenas extras.

—Maldito capitalismo.

—Pero inteligente capitalismo.

—Vaya, tal vez debería empezar a pintar un cuadro de él para sumarme a la moda.

Isa estalló en carcajadas.

—Por favor, píntalo desnudo y así puedo colgarlo sobre mi cama.

—No sé si tu esposo lo apruebe.

—Oh, es verdad, estoy casada.

Miró el anillo en su dedo con un poco de lástima fingida.

—Absolutamente nadie se cree esa actuación de "oh, mira qué lástima que estoy casada con el hombre más increíble del mundo".

Eso le devolvió la sonrisa.

—He tenido suerte, ¿verdad?

—Lo preguntas como si dudaras. Ni un cuadro de Adrian Wilcox colgado en tu cuarto haría dudar a tu esposo.

—Me da un poco de miedo, está desaparecido hace más de una semana. Si le ha pasado algo malo, no deberíamos estarnos burlando.

Iba a responder pero Oliver nos alcanzó cuando estábamos llegando a la puerta. Alzó a Isa y le dio una vuelta completa mientras ambos reían y se besaban como si no se hubieran visto en semanas.

Mi corazón se llenó de felicidad por ambos, y un poco de nostalgia por mis padres, que tenían exactamente la misma actitud cada vez que se encontraban.

—Rafa, Sam y Michael están trayendo las cosas, pero Franco acaba de llamar para decir que no viene, parece que algo que comió le cayó mal —anunció mientras subíamos al departamento.

—¿Está muy enfermo?

—Esperemos que no. Se va a tomar la noche hoy y va al médico por la mañana, nada de gran importancia.

Pero por cómo resultaron las cosas, en realidad ese momento lo cambió todo.

¿Dónde está Adrian Wilcox?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora